ELN: 4 de julio de 1964, 42 años de lucha por la liberación nacional y el socialismo

ELN: 4 DE JULIO DE 1964, 42 AÑOS DE LUCHA POR LA LIBERACIÓN NACIONAL Y EL SOCIALISMO

Por Comandante Milton Hernández Dirección Nacional ELN.

El siete de enero de 1965 las agencias de prensa nacional e internacional anunciaron la toma del municipio de Simacota (Santander, Colombia) por guerrilleros del ELN.

Colombia y América Latina se conmovieron. Los guerrilleros del ELN proclamaron ante el mundo que la lucha armada emprendida era por justicia y libertad contra el despotismo y la opresión. Han transcurrido 42 años desde aquella épica jornada y esta vocación insurrecta y libertaria ha impedido que el Estado colombiano, sus partidos políticos tradicionales, sus gobiernos e instituciones, sus sostenedores económicos nacionales e internacionales lleven adelante con facilidad sus planes de dominación y opresión sobre la nación y el pueblo colombiano.

Los cientos de combates populares, armados o no, se han sucedido en estos años a lo largo y ancho de la patria, desencadenando una profunda vocación libertaria, de aliento y confianza en que en un día no muy lejano una sola bandera señale la extensión de un continente liberado, socialista y democrático.

El Frente Nacional

La oligarquía colombiana con su violencia liberal–conservadora había dejado los campos colombianos llenos de calaveras, sangre, calvarios, huérfanos, viudas y odio. Con esta herencia era imposible reconstruir la economía nacional y el consenso político, y mucho menos si se mantenía el grado de enfrentamiento y de irracionalidad producido por su afán desmedido de poder, tierras y ganancias. A pesar del período “pacificador” (1957-58) del general Gustavo Rojas Pinilla, la oligarquía es consciente de que la lucha comenzaba a plantearse ya en el marco del enfrentamiento de clases –con la aparición de las primeras autodefensas campesinas influidas por los comunistas- y la independencia ideológica de algunos jefes guerrilleros liberales como “Sangre Negra”, “Venganza” y “Pedro Brincos”.

El Frente Nacional nace en 1958 como alternancia en el gobierno cada cuatro años de los partidos de la muerte: el Liberal y el Conservador. Con un lenguaje seudo reformista el Frente Nacional creó en Colombia grandes expectativas y esperanzas en las clases populares, siendo este engendro capitalista la salida más sagaz del imperialismo y la burguesía para frenar el avance de las luchas populares, cada día en crecimiento en nuestro país.

Al inicio de este período, una serie de decretos de carácter reformista tienden a dar una imagen renovada del sistema capitalista. Así, con el decreto 1961 del 25 de junio de 1959, el gobierno de Alberto Lleras Camargo creó la acción comunal, la cual buscaba sembrar ilusiones en la mayor parte de los sectores populares con el estímulo financiero del Estado a las comunidades para resolver los problemas más urgentes.

En 1961, en el encuentro de Punta del Este, Uruguay, el imperialismo norteamericano y las oligarquías latinoamericanas trazan una estrategia continental por medio del programa “Alianza para el Progreso”, con el cual se proponen impulsar políticas de vivienda masivas que regulen las demandas de las masas inmigrantes, y una reforma agraria que reduzca la migración del campo a la ciudad y las tensiones producidas por la tenencia de la tierra en el campo. Para ello, se promulga el decreto 135 de 1961, que crea el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, Incora, que no es más que una parodia del Instituto de la Reforma Agraria, Inra, de Cuba.

Con esto la burguesía trata de aplacar al campesinado en cuanto a su necesidad de tierras para trabajar, con un plan demagógico y reformista cuyo objetivo político era “demostrar” que el campesinado podía adquirir la tierra sin necesidad de hacer la revolución como en Cuba.

Se llega al año 1962 y corresponde la alternación del gobierno a Guillermo León Valencia, quien se identifica como perteneciente a los hombres cristianos “que no combaten al comunismo con grandes avenidas, sino con caminos de penetración en las zonas más apartadas de la patria”, desarrollándose a la par un programa para las zonas más afectadas por la violencia. Por medio del Ejército otorgó créditos y reubicó familias en el campo, mientras que en las regiones más conflictivas se desataba la acción represiva y la acción cívico–militar que produjo hechos de masacre en Marquetalia, donde más de 400 campesinos fueron asesinados por los bombardeos masivos y el uso de armas no convencionales como el NAPALM, y la bomba incendiaria de efectos devastadores.

En 1964 comienza a desmoronarse la patraña de la clase dirigente, y es precisamente en este año cuando se acentúa más el movimiento de masas, caracterizado por una sucesión de huelgas y paros como reacción ante el alto costo de la vida, y, en particular, contra el impuesto a las ventas, que origina un descontento generalizado y que para 1965 llega al punto más alto: 172.000 trabajadores en paro.

Este auge del movimiento de masas entre 1963 y 1966 tuvo una importancia significativa para el campo popular por cuanto provoca el crecimiento del accionar militar. En este sentido, es importante resaltar el papel del movimiento estudiantil en este período, en el que se destaca la movilización beligerante que realizan en varias partes del país en apoyo del Frente Unido dirigido por el sacerdote Camilo Torres Retrepo y contra la invasión de los marines a República Dominicana en 1965 para sofocar la rebelión dirigida por Francisco Caamaño.

En este preciso momento histórico, como consecuencia de las condiciones económicas, políticas y sociales, y con ejemplos como el de la victoriosa Revolución cubana, surge el Ejército de Liberación Nacional, ELN, como concreción de esas condiciones objetivas y subjetivas que favorecen su desarrollo.

La nueva izquierda latinoamericana, nacida y generada en estrecha cercanía con la Revolución cubana y sustentada política e ideológicamente por el pensamiento de Fidel y del Che, no sólo crea las condiciones para el surgimiento de focos guerrilleros y movimientos insurreccionales, sino que produce profundo cismas políticos y organizativos al interior de los partidos comunistas, que a su vez se dividen por las contradicciones surgidas en el ámbito internacional entre las corrientes afines al Partido Comunista de la Unión Soviética y al Partido Comunista Chino en la llamada confrontación chino– soviética en 1.960.

El fervor revolucionario de la época le imprimió a los procesos latinoamericanos una dinámica en la que un conjunto de principios éticos y morales comenzaron a orientar la formación de los revolucionarios, dotándolos de unas características de cultura política, convicciones solidarias, humanismo profundo, entrega absoluta, valor, heroísmo y certeza en el triunfo de la revolución y en la justeza de la lucha armada como única vía posible para la conquista de la felicidad de los oprimidos. Páginas gloriosas de abnegación y sacrificio sin límites están escritas con la sangre generosa de esta generación rebelde.

No obstante, sumado a los factores externos y al ejemplo cubano, lo que caracteriza la situación nacional en los planos políticos y sociales la crisis irreversible de los partidos tradicionales liberal y conservador, en la cual los burócratas de ambos bandos cenan caviar sentados sobre 300.000 calaveras y la osamenta de los colombianos más pobres, mientras reparten el botín, los presupuestos y los puestos con el nuevo sistema del Frente Nacional. La unidad de clase expresada por los oligarcas mostró con claridad a las masas trabajadoras que entre ellos las diferencias no iban más allá de la pugna por quien roba más y que lo que se imponía era el inicio organizado de la lucha de clases en el país.

Crecen, además, la inflación, la devaluación, el desempleo y el deterioro del nivel de vida de los colombianos, que llevan a un mayor empobrecimiento de la población. Aumenta la represión al movimiento social, se agudizan las emigraciones del campo a la ciudad como consecuencia del desplazamiento violento, crecen los cinturones de miseria urbana y la estructura de Colombia cambia de ser un país con predominancia rural a ser una nación de grandes conglomerados urbanos.

En el campo los terratenientes se quedan con las mejores tierras y la concentración de la propiedad aumenta de manera desmedida. El analfabetismo, la insalubridad, la falta de atención médica y hospitalaria y la carencia absoluta de servicios públicos son el pan de cada día de los más pobres, mientras los grandes capitales aumentan considerablemente a la par con la más estrecha dependencia política y económica de los Estados Unidos.

Es esta realidad social, económica y política en la que nacen las fuerzas revolucionarias en Colombia, la que justifica nuestra existencia y nuestra aparición pública en 1.964.

Simacota: la guerrilla se hizo pública

Iniciada la primera marcha guerrillera el objetivo principal era la realización de una acción político–militar victoriosa que, además de elevar la capacidad y la moral combativa del grupo, plantara en Colombia la idea de hacer la revolución social por medio de la lucha armada. Eran las horas de las definiciones, de probar la gente en el combate, de anunciarle al país y al mundo que un grupo de colombianos amparados en la causa de los débiles y legitimados por la crisis del Estado, de sus partidos políticos, de sus instituciones, de sus malos gobiernos, se habían lanzado en armas contra ese Estado y se constituían en el ELN, organización rebelde insurrecta que juraba no desfallecer en aquel empeño haciendo suya la consigna “¡Ni un paso atrás, liberación o muerte!”, como grito de guerra inclaudicable ante el enemigo y las adversidades propias del camino emprendido.

Analizadas varias posibilidades que cumplieron con los requerimientos exigidos, se decide plantar nuestra primera bandera rojinegra en la población de Simacota.

LA ENCRUCIJADA DEL ELN

Esta historia, la historia del ELN, la historia de cada uno de nosotros, está marcada por el continuo batallar, tratando de mantener y preservar la dignidad, la honradez y la fidelidad a un proyecto político e histórico, que a pesar de las adversidades ha aglutinado en su entorno a lo mejor de la patria, de la nacionalidad.

Bajo nuestra bandera han desfilado cientos de hombres y mujeres que en vida, y con su sangre, han rubricado el camino de la justicia social a través del alzamiento armado. Nuestra historia es parte importante de la síntesis de Colombia, y cuando de ella se hable, obligatoriamente, el ELN estará allí, en su corazón, marcando pautas y bseñalando derroteros. Colombia entera ha sido testigo de nuestra inquebrantable decisión de luchar hasta vencer, y desde Simacota multiplicamos los combates del movimiento armado para que Colombia no fuera jamás el reino de las mentiras y las desdichas. Con nuestra presencia y decisión, y con el aporte valioso de todos, nos hemos dado cita con la patria, con el pueblo, con las armas, y en comunión con esta trilogía, hemos estado presentes desde Camilo en los múltiples hechos de rebelión protagonizados por nuestras gentes.

En cada paro, barricada, foro, toma campesina, siempre ha estado presente el aliento de algún eleno, sin importar la profundidad o agudeza de nuestras dificultades, o el momento político por el que atravesáramos. Una y mil veces nuestros mártires han ofrendado su vida en el altar de la patria, y a los elenos se nos reconoce por radicales y jamás por cobardes. Enhorabuena.

En 1964 resucitamos entre más de 300 mil muertos, en su gran mayoría campesinos sin tierra, que antes que las bandas de pájaros liberales y conservadores les cortaran las cabezas, ya estaban muertos en vida por falta de trabajo, de pan, de libertad, de oportunidades. Y claro, aquellos vocablos prohibidos volvieron a resucitar, y de qué manera; las ganas de pelear de miles de patriotas dispuestos a superar el miedo de aquella tragedia de espanto.

Interrogada Colombia por los gritos libertarios de los alzados, que como eco se repitieron de montaña en montaña, de selva en selva, de camino en camino, de vereda en vereda, de combate en combate, de voz a voz; el país jamás volverá a ser el mismo.

Estado bobalicón llamado en el siglo XIX la “Patria Boba”. Desde Santander y sus montañas marcamos una ruptura definitiva con la historia oficial y su consigna perenne de “aquí no pasa nada”. Nuestra palabra y el fusil se interpusieron por siempre a su fatalismo histórico que nos marcaba con los signos de la esclavitud.

A fuerza de dignidad, de mística, de vocación, de combate en combate, construimos una organización excepcional de extraordinaria calidad moral, en medio de los escombros del capitalismo. De no ser por estos valores, ¿cómo podríamos explicar nuestra terquedad para resistir después de la muerte de Camilo, de tres consejos de guerra, del golpe político y militar en Anorí, de Anacoreto, de la salida de Fabio Vásquez Castaño del país, del Febrerazo, de tanta incertidumbre? Con nuestra terquedad hemos vencido no sólo los embates políticos y militares del otro lado, sino también la incredulidad y la indiferencia de muchos.

DE LOS GOLPES Y LAS VICTORIAS

Contemplar y analizar la historia del ELN es sumirse en las profundidades de Colombia y de los sucesos que marcan día a día, momento a momento, hecho a hecho al país, a sus entornos, a sus protagonistas. La historia del ELN es densa como la patria, y rica como ninguna en oscilaciones que van pendularmente de los éxitos a los reveses, de las dificultades y sin salidas, a las luces y recomposiciones; de fracturas, a la unidad; de las alegrías, al dolor; de las muertes, a las resurrecciones. El ELN es, antes que nada, producto, consecuencia y respuesta a la guerra, ya en su dimensión política, humana o militar. Toda nuestra vida ha transcurrido en medio de las armas, y con sus estruendos hemos convivido por montañas, selvas, llanuras y ciudades. Las adversidades han sido siempre nuestras compañeras, y cuando parecían invencibles nuestro espíritu guerrero e indomable las ha vencido. Nuestro empecinamiento es más fuerte que las dificultades; si no fuera así, hoy seríamos fuente de consulta en las bibliotecas como algo que fue y ya no es. Triste destino que aspiramos no cumplir ni hoy, ni nunca. Hemos construido historia a lomo de caballo, a pie, venciendo imposibles, en Colombia entera están nuestras huellas, no sólo de pisadas, también de ideas, de alternativas, de propuestas, de sangre y de heroísmo. Todo el
trasegar es un combate intenso, tenaz, por arrancar del poder omnipotente a una patria, el pan y la democracia para asentarlos en ésta, la patria de Camilo, que es mucho más que café, petróleo, negros de ébano, buen fútbol, boleros y bambucos.

El camino es culebrero, y para recorrerlo hay que batallar a los cuatro vientos. Nuestro sueño, desde Simacota y Anorí, es realizar la utopía conjunta de obreros, campesinos y pobladores de hacer de Colombia un lugar feliz. Un lugar feliz. Tres sencillas palabras que encierran un reto inmenso, casi imposible, pero lograble; ni importa lo escuálido y los inicios frágiles. No son las obras las imposibles, sino los hombres los incapaces. El ELN no se entrega, no se somete, no sucumbe. Esta inquebrantable decisión de luchar hasta vencer ha sido una constante en toda nuestra peregrinación por la vida y por la causa.

Los grupos económicos siguen creciendo e incrementando sus ganancias; con éstas financian a los que con sus armas y los muertos intimidan al país. Éste, el país, sigue languideciendo por obra de un Estado excluyente, un gobierno corrupto y una clase política inmoral.

El gobierno, como las doncellas, sigue creyendo en sus propias mentiras de una “pureza” a toda prueba y piensa que el pueblo es ingrato como la historia de las mujeres en los tangos, y el pueblo, con su malicia e inteligencia, sabe que no es ingrato, sino que su gobierno es ilegítimo porque es excluyente y represivo.

Nosotros, los elenos y bolivarianos, herederos por naturaleza del descontento popular, vamos haciendo conciencia; en nuestro caminar, de que no bastan las crisis y las ilegitimidades de los otros, que es necesario ahondar en la construcción de la propia legitimidad labrada sobre nuestras virtudes y la justeza de la causa popular. Conscientes de que hasta ahora las crisis políticas han sido resueltas en las altas esferas del poder, de sus partidos y en beneficio de su propio sistema, el ELN definió como una de sus mayores preocupaciones el desarrollo de una concepción integral de la guerra donde la lucha armada sólo es uno de los medios de su materialización. Esta concepción integral de la guerra convoca esfuerzos de tipo económico, social, político, cultural, ideológico y militar como un todo interactuante y creativo.

En esta aventura que significa coger de la mano a la historia del ELN para recordar la vida y la obra de sus constructores, encontramos que sus actores tienen diversas procedencias geográficas y sociales pero unidos por un ideal común: la revolución, las posibilidades reales de fabricarla a partir de derrotar a las fuerzas oscurantistas que siempre han visto y conducido a Colombia como un enclave neocolonial carente de identidad y dignidad.

Estimulados por el fervor de la patria y los vientos emancipadores, llegaron al ELN como espacio propio, para crecerlo en los nuevos caminos, para aportarle y apostarle en vida con toda su energía creadora. Amaron a su pueblo, a la causa justa que los convocó y aglutinó, al ELN; y en medio de la guerra se hicieron profetas de tiempos mejores.

Llegó mucha gente; cuando abrieron las puertas del ELN sólo portaban una maleta: la esperanza. Todos ciudadanos del mundo como dice el literato, y colombianos y latinoamericanos de convicción; así carecieran de cédula de ciudadanía por pertenecer al mundo de los innombrables y perseguidos.

Sus convicciones eran plenas, puras, auténticas. Sus vidas, ya en el campo laboral, familiar, académico y científico, deportivo, eran ejemplares, tiernas, abnegadas y solidarias. Creían en vida la nobleza de sus propósitos y fueron consecuentes con sus creencias. Aquí llegó mucho pueblo y otros que sin hacer dentro de él, amaron entrañablemente a los más pobres y murieron con ellos y por ellos.
Llegaron guajiros y llaneros, demostrándose que en esas regiones olvidadas por las cúpulas también se fermenta la rebelión, y por supuesto, los rebeldes. Llegaron paisas y vallunos, santandereanos... herederos de culturas ancestrales e hijos de Galán “el comunero” y de Córdoba “el subversivo”. Aquí llegaron las gentes siempre marginadas y segregadas de nuestras costas, Pacífica y Atlántica, y legaron tolimenses, opitas, continuadores de la gesta de la “Gaitana” y amantes profundos de las utopías. Aquí llegó Colombia toda, multifacética, multiétnica, plural, o vestida de arco iris. Aquí se reunió la patria toda para atravesarle la estocada dignificadora al Estado insidioso, criminal y corrupto que desde tiempos lejanos nos desgobierna. Todos los aquí convocados portaban la inmensa llama de la libertad y el fuego sacro de la rebelión.

Aquí vivieron, murieron y resucitaron dirigentes políticos, que en los labores del ELN procedían de otras vertientes del pensamiento revolucionario, desmintiendo en aquellos días los oscuros presagios de los apologistas de la sumisión que apostrofaban nuestra derrota negando nuestro ideario social y los supremos valores morales que identifican al ELN desde su cuna.

Aquí llegaron y se reunieron intelectuales de sin igual valía, comprometidos con las transformaciones económicas, sociales, políticas, que se negaron por siempre a ser colonizados por la monotonía, la rigidez, el conformismo. Rechazaron los inciensos del poder y juntaron pensamientos, obras, razón y corazón para alzarse contra ese poder.

Aquí llegaron obreros, trabajadores, campesinos, amantes del trabajo, de la tierra, de la justicia. Éste, el ELN, ha sido el espacio y el hogar natural de toda una generación de colombianos que encontramos en la originalidad de la convocatoria, en su frescura, nuestra identidad personal, política, individual y colectiva. Aquí rescatamos nuestra memoria para jamás olvidarla. Aquí conocimos a Camilo y nos hicimos adoptar como sus hijos, sin pedirle permiso a él, claro está.

Aquí estamos aprendiendo a diario a dialogar con la ciencia, a comunicarnos con ella para poder comprender mejor nuestra sociedad y poder proponer el mejor curso y destino de nuestro pueblo y nación.

Aquí estamos aglutinados, en los inicios del siglo XXI, las viejas y nuevas generaciones del ELN, para recordar y recordarnos todos que la obra monumental que inspiró a tantos, y por la que dieron la su vida, está vigente que el ELN sigue siendo una esperanza de redención para el pueblo colombiano, expresando con firmeza, decisión y convicción en cada uno de sus actos un profundo amor a la patria, a la soberanía, a la dignidad. El ELN de ayer, el surgido de sus iniciativas, el crecido por su vigor y sangre es hoy día un gran bloque revolucionario que se bate a diario en las ciudades, montañas y llanuras colombianas para recuperar las libertades democráticas
vulneradas a diario desde hace más de medio siglo ininterrumpidamente y para alcanzar la independencia nacional y el socialismo.

¡Honor y gloria para nuestros héroes y mártires!