República Mexicana, 12 de noviembre de 2006

"…tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer"
Walter Benjamín, tesis VI, Sobre el concepto de historia.


Al pueblo de México.
A los pueblos del mundo.

La lucha revolucionaria armada que surgiera en México a principios de los años 60 del siglo pasado, fue una respuesta al autoritarismo del régimen priista y a la violencia cotidiana del capitalismo subdesarrollado y caciquil. Fue una forma particular de lucha que, aunada a los grandes movimientos sociales y políticos del campo y la ciudad, contribuyó a la apertura de los cauces legales y democráticos que acotaron el autoritarismo gubernamental y pusieron fin al régimen de partido de estado.

Esta forma de lucha fue golpeada severamente por el Estado mexicano, pero nunca exterminada, como lo mostraron las irrupciones revolucionarias armadas de mediados de los 90. No obstante, cientos de activistas revolucionarios, así como luchadores sociales y ciudadanos inocentes, fueron capturados, torturados, encarcelados, desaparecidos y/o asesinados, en el marco de una guerra sucia contrainsurgente, por el gobierno de los poderosos; sin que hasta la fecha se haya juzgado a los responsables de las grandes masacres y crímenes de estado, como lo hace constar la inútil y fraudulenta actuación de la Fiscalía Especial para los Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP), bajo la administración foxista. Y aunque el proyecto socialista que animó la actividad revolucionaria no se materializó, la realidad social e histórica de nuestro país fue transformada. No en la amplitud y profundidad deseable y necesaria, pero fue transformada.

Los militantes de las organizaciones revolucionarias armadas que sobrevivimos este largo periodo, sin dejar de persistir en la realización de nuestro proyecto, no podíamos dejar de vernos reflejados, al mismo tiempo, en el incipiente y restringido proceso democrático que había venido cobrando forma en nuestro país; proceso que hace seis años permitió al pueblo mexicano poner término al oprobioso régimen priista, aunque los cantos de sirena panistas, potenciados por los medios de comunicación monopolizados, hegemonizaron el descontento social y captaron el voto de los de abajo a favor de la derecha recalcitrante, con la falsa promesa del cambio democrático.

La gestión neoliberal de la derecha panista era previsible, pero no por ello resultó menos indignante la virtual anulación del frágil y reducido proceso democrático que tantas vidas costó al pueblo mexicano y a sus organizaciones sociales y políticas; anulación que se expresa en el impúdico fraude de estado y en la brutal represión policíaca-militar con que está cerrando el gobierno foxista, a fin de imponer al representante espurio, y profundizar la estrategia depredadora, del capital transnacional. Pero los hechos represivos e indignantes que rebasaron los límites de nuestra resistencia obligándonos a intervenir, fueron los asesinatos perpetrados por los paramilitares de Ulises Ruíz Ortíz, contra 17 ciudadanos y maestros, así como el envío de las fuerzas federales a Oaxaca y la acción represiva de éstas contra el multitudinario y heroico movimiento de insubordinación social oaxaqueño, el pasado 2 de noviembre.

Ya habíamos comunicado y advertido al gobierno federal de nuestra decisión de replicar política y militarmente la represión que la élite neoliberal había desatado contra los mineros de Sicartsa, los comuneros de Atenco y que se cernía cada vez más sobre los asambleísta de Oaxaca, impelidos por una ética de la vida y la dignidad que torna por completo inaceptable promover y practicar no sólo el desprecio, el abuso, el cinismo y la más brutal represión, sino también la sumisión, el olvido y la cobardía; pero fue desestimada nuestra advertencia y subestimada nuestra capacidad y, no sólo por los sectores empresariales y gubernamentales, sino también, por algunos analistas, que no admitieron la posibilidad de nuestra existencia, aún después de las acciones de propaganda revolucionaria armada del 6 de noviembre y de su posterior reivindicación; acciones que a su juicio constituyeron actos "terroristas" y de "provocación", atribuibles al gobierno de derecha para justificar un "estado de excepción", pretendiendo ignorar que la naturaleza criminal del poder capitalista y neoliberal que nos oprime ha llevado a éste a imponer represivamente su dominio y su control, sin necesidad de ninguna "provocación" que lo "justifique".

Así como el misógino, el pederasta y el violador abusan de sus víctimas movidos por su torcida naturaleza social y no porque las víctimas los "provoquen", la élite neoliberal y la tecnocracia a su servicio, defraudan políticamente la voluntad ciudadana, se apropian de los recursos nacionales, saquean el erario público, intensifican la explotación asalariada y reprimen brutalmente los distintos movimientos de insubordinación social, no porque los hayan "provocado" los Comuneros de Atenco, o la Coalición Por el Bien de Todos, o la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, sino porque está en su propia naturaleza comportarse engañosa y represivamente a fin de mantener su dominación parasitaria.

En virtud de ello, es y seguirá siendo preciso hacer hasta lo imposible por disuadir y contener la torcida naturaleza represiva del poder capitalista -por ahora, y en nuestro caso, mediante el uso limitado y simbólico de las armas- para evitar nuevas masacres gubernamentales y proponer la articulación de todas las formas de lucha y organizativas, así como de todas las estrategias, a fin de que las víctimas de la opresión y de la guerra sucia neoliberal podamos sacudirnos, de una vez y para siempre, el yugo del abuso y la opresión de que hemos sido objeto históricamente, no sólo con apelaciones de corte ético-moral, sino también con el uso de la fuerza social multitudinaria y, en última instancia, de la violencia revolucionaria de todo el pueblo, impulsando a lo largo de este proceso la construcción y la articulación de un poder distinto al que nos oprime.

Las detonaciones del pasado 6 de noviembre tuvieron por objeto sacudir la conciencia ciudadana y cimbrar los cimientos de las relaciones sociales opresivas y de sus instituciones espurias, ante la brutal represión de las fuerzas federales en distintos puntos del país. Fueron un grito de protesta e indignación frente a la simulación y el abuso de los señores del poder y del dinero que de manera facciosa mantienen secuestrada a la Nación; así como una demostración de fuerza y capacidad dirigida -en calidad de advertencia- a los dueños de las empresas nacionales y transnacionales que financiaron el fraude de estado y que se encuentran detrás de las fuerzas federales de ocupación en el estado de Oaxaca.

Nuestras acciones no fueron de ningún modo actos terroristas o de provocación que tuviesen por objeto atentar contra la población civil, generar inestabilidad política o reforzar las tendencias autoritarias de la élite neoliberal. Más bien, la inestabilidad política, así como el estado policíaco y de excepción con que se pretende blindar el debilitamiento de la élite en el poder, constituyen los signos más evidentes de la crisis de legitimidad del orden político institucional del estado, en que se encuentra el sistema de dominación y apropiación capitalista y neoliberal.

Si a los artefactos explosivos les hubiésemos añadido metralla, si las hubiésemos colocado en instalaciones -o simplemente al paso- de las fuerzas federales policíacas y militares o de algún otro blanco político, si hubiésemos ocultado dentro de ellas las espoletas de encendido y agregado un dispositivo de caza-bobos para evitar que fuesen desactivadas, el daño material y humano que estas producirían sería incalculable y entonces sí se estaría dando lugar a un escalamiento sensible del conflicto. Pero ese no fue, en modo alguno, nuestra pretensión.

Las detonaciones del 6 de noviembre tuvieron y siguen teniendo un propósito esencialmente contensivo y disuasivo. Se trata de advertir a la élite neoliberal de las graves consecuencias que para el país traería consigo el acrecentamiento de la represión en Oaxaca y, contra los distintos movimientos sociales de protesta, en el plano nacional. Se trata de poner un freno a la represión gubernamental y a la guerra sucia neoliberal, para evitar, hasta donde sea posible, el escalamiento del conflicto armado latente en nuestro país.

Mientras no salgan las fuerzas federales de ocupación en Oaxaca, y el gobierno federal panista siga respaldando a URO, reiteramos nuestra decisión de seguir dirigiendo y ampliando nuestro accionar político-militar contra las empresas e instituciones responsables del fraude de estado, por medio de nuestros Comandos, en cada uno de sus radios de operación, y en coordinación con otras organizaciones revolucionarias hermanas.

Hacemos un llamado al pueblo de México: 1) a impulsar la articulación de sus diferentes movimientos sociales y políticos, de sus tiempos y estrategias diversas, y de sus respectivas formas de lucha y organización; 2) a detener y derrotar la guerra sucia neoliberal con la que la élite en el poder pretende imponer al presidente espurio y profundizar la depredación neoliberal; y 3) a defender y radicalizar la democracia popular participativa mediante la realización de un Nuevo Constituyente, del cual emerja la tarea de rescatar a la patria y dar a luz el nuevo proyecto de nación, desde hace tiempo, en proceso de gestación.

¡¡DESPIERTA PROLETARIO!!

¡¡CONTRA EL NEOLIBERALISMO, EL PODER POPULAR!!

¡¡POR EL SOCIALISMO: VIVIR, LUCHAR, VENCER!!

¡¡SER PUEBLO, HACER PUEBLO, ESTAR CON EL PUEBLO!!

TENDENCIA DEMOCRÁTICA REVOLUCIONARIA-EJERCITO DEL PUEBLO

TDR-EP

República Mexicana, a 12 de noviembre de 2006.