Operación Maschwitz

OPERACIÓN MASCHWITZ

Abril de 1973. La dictadura derrotada electoralmente es golpeada severamente por la guerrilla. Las acciones se suceden una tras otra a lo largo y a lo ancho de todo el país. Lanusse ordena al ejército salir a la calle en misiones de rastrillo y control de automotores. Los que viven en la capital recordarán seguramente los estrictos controles que había en los accesos y en las rutas que pasando por el gran Buenos Aires llevan a distintos puntos del interior.

En ese marco, el ERP 22 decide demostrar la inutilidad de todas esas medidas ocupando un pueblo en las cercanías de la Capital. Como el tiempo apremia, sobre la base de una información pasada por un compañero, se estudia directamente el pueblo de Maschwits, de 5000 habitantes y situado a uno 28 kilómetros de la Capital Federal.

Recibida la información de los chequeos se decide que es posible realizar la operación.

El sábado de Semana Santa, en abril de 1973, a las 9 horas en la estación Carupá se encuentran parte de los 12 combatientes que intervendrán en la operación. Allí se reparten las armas y se suben a los vehículos: Un Chevrolet 400, un Peugeot 504 y una Pick-Up F-100.

A las 9.45 horas el coche del Gallego Palmeiro entra al pueblo, lo recorre para asegurarse de que todo está normal y regresa a la entrada del mismo donde esperan los demás coches. A las 10 horas cada uno de los grupos operativos marcha hacia sus posiciones. El primer grupo compuesto de cinco combatientes era el encargado de tomar la comisaría; el segundo integrado por dos, de copar el correo y anular el telégrafo; el tercero con tres, de copar la estación y el cuarto con dos, de cortar las líneas telefónicas.

La comisaría

En la zona se ha visto una camioneta de una empresa de electrificación que usa la sigla SADE pintada en la puerta, y es con una camioneta similar y con ropa adecuada a su condición de obreros, que llegan a la puerta de la comisaría tres de los combatientes encargados de tomarla. Los otros nueve se han ubicado en las cercanías, pues la señal de iniciar los copamientos estará dada por la toma del local policial.

La camioneta estaciona frente a la puerta y el Gallego baja con una carpeta bajo el brazo y riguroso traje como para especificar su condición de patrón. Los otros dos, con overol y cascos van con él. Tocan timbre y un botón los atiende a través de los vidrios de la puerta:

B. -Buenos Días, ¿qué buscan?

G. -Vengo a traer una denuncia de accidente. Un operario se cayó de una torre. Aquí traigo el testigo. (El compañero F, pone cara de testigo).

B. -No puedo tomársela señor. El comisario no está.

G. -Bueno, no sé. . . estará el oficial de guardia.

B. -No, no hay nadie. Se fueron todos en comisión. Va a tener que volver por la tarde.

G. -(Se queda sin línea. No sabe si tomar del cuello al vigilante a través de los vidrios abiertos o apelar al convencimiento). Pero agente es muy importante que hagamos la denuncia. Se cayó de la torre y se rompió todo.

B. -(Humano) ¿Está muy grave?

G. -¡Gravísimo! Lo llevamos al hospital...

B. -¿A qué hospital?

G. -(Dónde carajo habrá un hospital por acá). ¿A qué hospital? ¡A un hospital. Cómo voy a estar fijándome en esas cosas con un hombre todo roto!

B. -Y bueno... Va a tener que volver por la tarde.

Pero allí interviene el azar favoreciendo los planes guerrilleros: Llega un vecino que pide permiso para utilizar el teléfono. Y nomás se abre la puerta para dejarlo pasar, vecino y botón entran atropellados por el fondo merced a los empujones que el Gallego y F. les dan.

El tercero se zambulle dentro de las demás piezas de la comisarla.

-¡Quieto todo el mundo! Patadón a la puerta y la pistola en la mano.

-¡Quietos, no se resistan! -patadón de nuevo...

-¡Quietos!... Y sólo un melancólico y solitario perro que ante la inesperada aparición sólo atina a responder: -Guauuu...

La comisaría está tomada y sólo un agente está en ella.

El correo

La entrada a la comisaría marca el inicio de los demás copamientos. La pareja que debe tomar el correo camina rápidamente la cuadra que los separa de él e ingresa al mismo.

El compañero, con poca experiencia hasta ese entonces, había sido instruido para que actuara enérgicamente. Y así lo hizo. A los gritos y pateando la puerta se dispone a cumplir su misión. Dentro del correo dos viejos casi se mueren de susto y sólo la presencia tranquilizadora de la compañera que actúa serenamente, logra calmarlos un poco.

En poco menos de dos minutos el telégrafo está cortado, las paredes pintadas y el personal encerrado. Hecho esto, la pareja retorna al punto de partida.

La estación

El grupo encargado de su toma va prevenido por una información que da el Gallego cuando entra al pueblo. Aparentemente hay dos policías ferroviarios en la estación.

Para decepción de los compañeros que esperaban agenciarse de dos armas más, los policías resultaron ser inspectores de tránsito.

La llegada del grupo a la estación coincide con la de un tren que inunda el andén de gente; entonces deciden esperar unos minutos a que se despeje un poco. Al cabo quedan alrededor de treinta personas en el andén y ocho o nueve en la oficina principal.

Es en éste último lugar donde penetra una pareja que rompe el telégrafo y reduce a los empleados. Hecho esto salen y explican a todos los que están en el andén lo que está pasando.

Un desubicado, que nunca falta, mete ya mano en la carterita con cara de canchero y un compañero lo encañona y lo hace tirarse al piso. Resulta que sólo quería fumarse un cigarrillo el muchacho. Y se le deja darse el gusto, que no habrá sido mucho por el miedo que le agarró de golpe...

Un timbre que suena en la oficina les hace presumir que es el aviso de llegada de un tren y para evitar cualquier accidente se indica a los guardagujas que hagan los cambios correspondientes.

Terminada de pintar la estación, los compañeros saludan a todos que están bastante agradados de presenciar un operativo guerrillero, y se vuelven a la plaza frente a la comisaría.

A esta altura la gente ya sale de las casas a ver qué pasa y comienzan a formarse corrillos.

El teléfono

Pueblo chico, todos se conocen. Un par de vecinos parados cerca del poste que da entrada y salida a los teléfonos del pueblo. N., sonriente, cara de buen chico saluda: -Adiós Don Nicola.

Y don Nicola, José, vaya uno a saber el nombre, saluda perplejo a este joven que tal vez sea el nieto de doña Maria o el de doña Pepa, en fin la memoria falla cuando pasan los años.

Pero esta imagen idílica se rompe cuando los dos compañeros pasan de largo y los vecinos ven como el buen chico y su amigo llevan como un facón, a la espalda y encajadas en el cinturón, una pistola y una hachita. Y queda mucho más claro cuando N. se trepa al poste y la emprende a hachazos con el cable. Cuando éste se corta, el suspiro de alivio se escucha en Escobar.

Todos saben que de una eficaz interrupción del teléfono depende que de copadores, se transformen en copados.

Otra vez la comisaría

G. -(Al único preso que encuentra en el calabozo y que por supuesto no entiende nada) ¿Por qué estás vos acá?

Preso: -Yo... eh... (farfulla algo ininteligible).

G. -(No tiene tiempo para audiencias) ¿Querés salir o no?

Preso -(Dice que sí con la cabeza. No entiende nada).

G. -Bueno... (Le abre la puerta. Heroico) ¡El pueblo te libera!

Con el preso no había otra opción que liberarlo, pues la comisaría iba a ser incendiada. De todos modos, según contaron los diarios, volvió solito el mismo día. Demasiado para un simple quinielero.

En la comisaría se encuentran muchas más armas de las que se esperaban. En su mayoría son productos de detenciones o hallazgos que la policía ha hecho por allí y sus calibres y marcas son disímiles.

Hay que hacer varios viajes a la camioneta cargando las máquinas de escribir, los uniformes, los papeles y sellos y las armas.

El vecindario se reúne en la plaza. Se hace necesario hacer circular la gente con ostentación de armas y tocando bocinazos.

Se pinta la comisaría y después se la incendia. El vecindario contempla asombrado. Es bueno que la gente se acostumbre a ver que las "fuerzas del orden" no son invencibles.

Todos se reúnen en la plaza y van subiendo a los vehículos. Ahora viene la parte más difícil. Hay que llegar hasta Carupá en auto y son alrededor de quince minutos de viaje con todas las posibilidades de un enfrentamiento.

La retirada

A pocos kilómetros del pueblo, unas vías se cruzan en el camino. Aunque nunca se observaron bajas las barreras, se tenía prevista levantarlas en caso de que así estuvieran el día de la operación.

Y así estaban; pero además con un agregado: Los dos primeros vehículos del lado opuesto al que iban los guerrilleros, eran un Torino y un Jeep de la policía provincial cada uno con cuatro agentes. Los coches de los comandos estaban en fila detrás de otros dos inmediatos a la barrera. El Gallego, que era el responsable se tiró a que pasaran de largo, una vez abierta la barrera y a no comenzar el enfrentamiento.

Los focos rojos de los vehículos policiales, encendidos, giraban sin cesar y la barrera tardó varios minutos en abrirse. En el ínterin todos se preparaban, por lo menos de uno de los lados. Cuando pasó el tren los tres vehículos guerrilleros, con cuatro, tres, y cinco combatientes, en cada uno (como para que nadie tuviera dudas) se cruzaron lentamente con los dos patrulleros policiales. Las miradas y el girar de las cabezas fue mutuo y aunque no podían dejar de advenir que esa gente era la que estaban buscando, los policías siguieron de largo. Poco espíritu de combate les quedaba a las fuerzas del orden en abril de 1973.

Poco más adelante y cuando todavía faltaban algunos kilómetros para Carupá un avión comenzó a sobrevolar la zona y ya en la estación misma un helicóptero apareció también. Pero al parecer no pudieron detectar los vehículos.

La mayoría de los compañeros tomó el tren. Ya se puede imaginar lo que fue eso con los bolsos sobrecargados de lo que se había sacado de la comisaría, que al ser colocados sobre los portaequipajes sonaban a metálico. Pero todo terminó bien.

Al otro día los diarios informarían del copamiento del pueblo y del "impresionante despliegue de efectivos de seguridad que realizaron un operativo cerrojo". Todo al pedo. Por esa época a Lanusse no le salía una bien y la guerrilla con su accionar multiplicado señalaba sin lugar a dudas quien era la vanguardia de la lucha que permitía sacar del gobierno a la dictadura...
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FUENTE: Liberación por la patria socialista, Nº 20 (Primera quincena de Mayo de 1974)