Las bases militares norteamericanas en Colombia

LAS BASES MILITARES NORTEAMERICANAS EN COLOMBIA

Realizada la reunión de los países perteneciente a UNASUR en Bariloche (Argentina) y cancilleres y ministros de defensa en Quito (Ecuador) durante los meses de agosto y septiembre de 2009, el tema de la presencia militar extranjera (imperialista) en territorio latinoamericano ocupa, sin lugar a dudas, un lugar destacado. El debate no sólo cobija a los países latinoamericanos, incluye también a los EEUU y a las demás potencias con intereses en estas latitudes.

En el plano interno, el debate sobre lo militar se ramifica en los distintos países con el desarrollo de importantes movilizaciones que rechazan el establecimiento de las bases norteamericanas en Colombia, la carrera armamentista en la que se comprometen la mayoría de los países de la región, la militarización y, en general, a todas las acciones profascistas del imperialismo norteamericano y las oligarquías dirigidas a mantener sus dominios en esta parte del continente, acciones entre las que se cuentan, desde luego, las de rechazo al golpe de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras.

En efecto, sobre todos los componentes de la seguridad hemisférica, derivados de múltiples análisis, se adelantan pasos por parte de todas las clases, fuerzas y partidos políticos dirigidos a hacer valer sus intereses, acciones y proyectos. América Latina es por consiguiente un escenario de confrontación en el que el mundo coloca su mirada no sólo por la aguda confrontación que se muestra en todos los terrenos, sino también porque en el ajedrez geopolítico cualquier paso o cambio profundo que se suscite repercute en el devenir económico y político mundial.

La crisis y la disputa de mercados: peligro de guerra

Es de mencionar que todo lo anterior, se desarrolla en el marco de una aguda crisis cíclica económica mundial del capitalismo en el que resultan inútiles e ineficaces los esfuerzos y medidas adoptadas por los imperialistas para detenerla, al tiempo que se ahonda la crisis general del sistema imperialista-capitalista. Así lo demuestran las discusiones realizadas en los recientes foros internacionales como el G-20, ONU, etc. que han sido incapaces de producir teorías coherentes que reemplacen las fracasadas tesis del neoliberalismo y el keynesianismo.

Ahora, siendo la recuperación económica un elemento eminentemente mediático, el panorama mundial advierte una confrontación ínter monopólica e ínter imperialista, bastante grande, en la que cada cual busca salir lo menos afectado de la crisis. Las medidas ensayadas, en unos casos abiertamente proteccionistas y en otros de corte neoliberal y expansionista que han dado lugar a la discusión (sin éxito) de un nuevo marco regulatorio de la economía mundial y las instituciones interestatales.

Sin embargo, tales decisiones han posibilitando un beneficio grande a una parte de los mayores conglomerados económicos, poniendo en escena numerosas rivalidades y confrontaciones políticas entre los distintos países y Estados, que no dudan en establecer con otros, acuerdos o alianzas militares y políticas de corto, mediano o largo plazo, y de diferente tipo, con tal de asegurar por un lado sus mercados y por el otro avanzar en la conquista de otros nuevos. Como en botica, –dice el adagio popular- de todo ello se observa en América Latina y el Caribe.

Lo concreto, es que con la profundización de la crisis económica se hace más evidente y aguda la confrontación de los grandes monopolios y potencias imperialistas por mantener y extender sus áreas de dominio, lo mismo que la pugna por el control de las áreas estratégicas, las rutas aéreas y marítimas, la biodiversidad, el agua, los recursos naturales y la conquista de nuevos mercados. De nuevo, salen triunfantes los análisis leninistas sobre la época del imperialismo y las revoluciones proletarias.

En América Latina la crisis económica viene generando crisis políticas de diferentes dimensiones, que vienen ampliando y profundizando la lucha de clases y los distintos antagonismos en el mundo.

Pero lo militar no es nada diferente a la prolongación de la política por otros medios, así como la política –y los partidos que las definen y aplican- corresponde a los intereses de determinada clase o clases sociales.

No sobra recabar en que lo militar está en función de la guerra, ya sea defensiva o agresiva, ya sea que esté en beneficio de minorías explotadoras o de grandes intereses nacionales o populares. Se engaña al presentar los pactos o acuerdos militares entre Estados capitalistas como inofensivos garantes de la paz “para todos”.

No hay duda que todo el debate sobre la presencia militar extranjera en territorio latinoamericano y, en general, sobre la seguridad hemisférica, se ha tornado interesante para más amplias franjas de la población y ha puesto sobre el tapete las distintas apuestas de los países imperialistas en América Latina y el Caribe.

El panorama es bastante complejo, pues además de registrarse los intentos de EEUU por recuperar la totalidad de la hegemonía que imponía en términos políticos, económicos y militares en toda la región, modificando sus diferentes estrategias de relacionamiento e intervención; encontramos las inversiones que en “bienes de capital”, por ejemplo, realizan, actualmente, países como China, Rusia, Irán, Bielorrusia e India y que amenazan al capital norteamericano desplazándolo de importantes sectores (caso energético). Lo mismo que las inversiones de la Comunidad Económica Europea (Reino Unido, Alemania, Francia y España) apoderadas de sectores importantes de los alimentos, la industria y las comunicaciones. Sin subestimar las agendas de países que, como Brasil, emergen en la economía mundial direccionando acuerdos e inversiones en diferentes partes del continente y el planeta.

Aparece además UNASUR como un contrapeso importante al poderío de muchos años ejercido por EEUU en el continente, expresando en particular el gran interés de muchos sectores por desatarse del dominio yanqui y relacionarse de manera diferente con los demás países del orbe.

No puede dejar de registrarse en medio de la contienda, el gran avance de las fuerzas progresistas, democráticas y de izquierda en América Latina, -en el gobierno incluso en varios países- que ganan experiencia y apoyo popular. El rechazo al neoliberalismo y la antidemocracia, al hambre y la miseria, al atraso económico y la dependencia se generalizan y constituyen un fuerte contrapeso al interés colonialista de los imperialistas de todo ropaje. Es de apreciar igualmente en ese contexto el creciente apoyo a las ideas socialistas que a pesar de la fuerte contraofensiva imperialista y socialdemócrata, sigue marcando una ruta de cambio en América Latina y el Caribe.

En ese marco, resulta importante, en medio del análisis de la problemática latinoamericana, resaltar unos elementos básicos, para entender el por qué el imperialismo norteamericano insiste en ensanchar su presencia militar en América Latina y el Caribe, estableciendo siete nuevas bases en Colombia y reactivando la IV Flota en el Pacífico y el Atlántico Sur. Es decir, así los hechos, desde América Latina y el Caribe también se acumulan más factores que incrementan el peligro del estallido de una nueva guerra mundial al servicio del dominio imperialista.

1. De la guerra preventiva a la guerra perpetua

Un primer elemento para el análisis comprende los cambios que se registran en la política militar norteamericana. Hace 15 años un grupo de teóricos conservadores apoyados en las experiencias hitlerianas (fundadas en la autodefensa y ataque contra el peligro inminente) de la década de los 30 del siglo pasado, elaboraron un conjunto la propuestas al Congreso y gobierno norteamericano de entonces, en la búsqueda de garantizar la superioridad militar de los EEUU y ejercer el dominio económico, político y estratégico en el mundo. Identificados en los propósitos los planes que se formularon en los EEUU empezando la década de los 90 aparecieron con el nombre de “guerra preventiva”.

Dichos planes fueron explicados por el entonces secretario de Defensa, Richard Cheney, subrayando en sus diferentes intervenciones que el mundo debía ser uno solo, y estar gobernado por Estados Unidos. Hablaba también que "la primera misión política y militar de Estados Unidos, luego de la Guerra Fría, consistía en asegurar que ningún poder rival emergiera en Europa, Asia y la desintegrada Unión Soviética".

Los planes de guerra preventiva no tuvieron su momento cumbre sino hasta el 3 de junio de 1997, cuando el selecto grupo, donde estaban entre otros nada más y nada menos que Jeb Bush (hermano de George W. Bush), Richard Cheney y Donald Rumsfeld, lanzó el Proyecto para el “Nuevo Siglo Americano”, cuyo contenido no es otro que la justificación para el aumento de los gastos de guerra, y desafiar lo que llamaron regímenes opuestos a los intereses y valores norteamericanos.

Pero el tufo fascista del “destino manifiesto” del llamado “Nuevo Siglo Americano” sólo se hizo efectivo seis días después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas; el presidente George W. Bush firmó un documento en el cual concibió la guerra contra Afganistán como parte de la cruzada antiterrorista, y ordenó también al Pentágono preparar la planificación de la invasión a Irak.

Se ponía en práctica de esa manera la doctrina de la “guerra preventiva” que una década antes habían concebido ya algunos de quienes fueron los más cercanos colaboradores de Bush.

En esas circunstancias y con la anuencia del Congreso, comenzaron los bombardeos contra una de las naciones más pobres del mundo, Afganistán, mientras se montaba en Estados Unidos todo un sistema represivo (ley: Patriotic Act) violatorio de los más elementales derechos civiles, incluso de los propios estadounidenses.

El primero de junio de 2002, en la academia de cadetes de West Point, Bush pronunciaba el discurso donde definía el nuevo concepto en la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos. Habló en esa oportunidad de la necesidad de realizar "ataques preventivos", fuesen unilaterales o no, siempre que se conciban contra grupos terroristas o países que amenazan o que violan el derecho internacional (de acuerdo con lo que estimen sobre ello el Gobierno de Estados Unidos). Dejó claro también su intención de ampliar y consolidar la hegemonía de Estados Unidos, llegando incluso a "remodelar" países y regiones enteras.

Pero del dicho al hecho existe un largo trecho. Implementada la ofensiva contraterrorista de los EEUU los resultados no son los esperados; los retrocesos en la OTAN, Irak, Afganistán, Oriente Medio, América Latina son incontrovertibles. Además la grave crisis económica que golpea a este país y lo infructuoso que ha sido el doblegar a una competencia imperialista que gana terreno en diferentes partes del mundo, la ubican como una potencia debilitada y no invencible.

Con la llegada de Obama al gobierno, el argumento que se esgrime es recuperar el espacio perdido, buscando generar las condiciones que le permitan reafirmar su hegemonía sobre todo el orbe. No es casual entonces que en el mismo momento en que estalla la peor crisis financiera de Estados Unidos y se fije el monumental paquete de rescate a la banca de 700 mil millones de dólares, el Ejército de los EEUU presente la nueva estrategia de la “Guerra Perpetua” contenida en el documento: “2008 Army Modernization Strategy” y encuentre meses después su más pleno defensor en el nuevo habitante de la Casa Blanca, Barack Obama.

La columna vertebral del texto descansa en una definición categórica e inquietante de la seguridad en el entorno internacional. Esto es: estamos bajo una situación de “guerra perpetua”. A la inversa del ideal kantiano de la “paz perpetua” que Washington proclamaba buscar con el “cambio de régimen”, “la promoción de la democracia y la ampliación global de la comunidad democrática”, el documento asume que habrá que habituarse a vivir en un estado bélico permanente. Afirman los responsables del texto, que en este tiempo y en las décadas que vienen, prevalecerán la ambigüedad, la impredecibilidad y la pugnacidad. La concepción de la “guerra perpetua” es un corolario de la “doctrina de movilización y de guerra preventiva” elaborada por los teóricos politólogos de la extrema derecha estadounidense para darle coherencia a los planes económicos y políticos del nuevo gobierno.

En ese contexto, estiman que EEUU debe prepararse para dominar todo el espectro de conflictos posibles: desde las grandes guerras hasta operaciones no estrictamente militares. Las Fuerzas Armadas deben dotarse con la tecnología apropiada y el respaldo político suficientes para confrontaciones prolongadas. A las potenciales contiendas con poderes que intentan tener la misma talla de Washington -es decir, China (principalmente) y Rusia- y a la ubicua y persistente “guerra contra el terrorismo”, se suman el despliegue de la fuerza en los estados fallidos (fallidos porque han escogido un camino distinto al definido por los EEUU) y la competencia armada por recursos críticos (agua, alimentos y energía).

Más allá de expresar la búsqueda de control territorial, marítimo y espacial para hacerse inexpugnable, este informe manifiesta que EEUU se preparará cada vez más para guerras irregulares, tareas de contrainsurgencia y luchas dilatadas en área periféricas; periferia donde predominan los estados desfallecientes (estos son los estados fallidos) y hay recursos vitales. Este documento se inscribe en el marco de dos textos medulares (el Quadrennial Defense Review de enero de 2006 y el National Defense Strategy de junio de 2008) y dos manuales claves (el FM 3-24 sobre Contrainsurgencia de diciembre de 2006 y el FM 3-0 sobre Operaciones de febrero de 2008).

En conjunto, todo apunta a establecer una creciente especialización funcional de las Fuerzas Armadas estadounidenses para conflictos asimétricos permanentes de alcance global y futuro incierto. Se trata de tener contingentes expedicionarios dotados y prestos a desplegarse en cualquier escenario. De allí el renovado interés en releer y revaluar las experiencias coloniales de Europa. En ese contexto más amplio se inserta la creación, en octubre de 2007, del US Africa Command y el restablecimiento, en julio de 2008, de la IV Flota para navegar en torno a Latinoamérica y el Caribe, y en el 2009 el establecimiento de siete nuevas bases militares en Colombia.

Todas estas son decisiones militares que dan cuenta en el caso de América Latina de una reorganización geoestratégica y ocupación de los territorios, del afán por lograr el control de las rutas aéreas y marítimas, la apropiación de los recursos naturales, los bancos de biodiversidad, los mantos de agua dulce y el petróleo principalmente, que pueden resumirse en un interés especial por el control de la Amazonía.

Son medidas que en la lógica imperialista están dirigidas mantener el dominio y hacer añicos a los gobiernos y fuerzas opuestas a los intereses y valores norteamericanos. De allí que sean blancos de sus acciones políticas y militares los gobiernos revolucionarios como el de Cuba y los procesos liderados por gobiernos alternativos, con características antioligárquicas y antiimperialistas, como los de Venezuela, Ecuador y Bolivia.

2. Las bases militares y el conflicto colombiano

El 14 de agosto pasado se cerraron las “negociaciones” del “Acuerdo en Materia de Cooperación y Asistencia Técnica en Defensa y Seguridad entre los Gobiernos de Colombia y Estados Unidos”, con el cual según el gobierno colombiano se permitirá el acceso a los militares pertenecientes al Comando Sur de las Fuerzas Armadas norteamericanas, en siete bases militares: Tres bases aéreas, Malambo, Palanquero y Apiay; dos del Ejército, fuerte de Tolemaida, en Cundinamarca, y Larandia, en Caquetá y dos navales, Cartagena en el Atlántico y del Pacífico Bahía Málaga.

El acuerdo bilateral de cooperación según el gobierno de Álvaro Uribe Vélez comprende la “lucha mancomunada” de los dos países contra el narcotráfico y el terrorismo. Argumentos parcialmente ciertos si advertimos las características de las bases y el personal que se plantea disponer para ellas, así como el tipo de estrategias y operaciones a las que se encontrarán vinculadas.

Acorde con las nuevas definiciones estadounidenses contenidas en la política de “Guerra Perpetua”, la instalación de las nuevas bases militares comprenden estaciones pequeñas, ágiles y baratas llamadas Forward Operating Location (FOL, centros operativos de avanzada) o Cooperative Security Locations (CSL, centros de seguridad cooperativa), en la que actuará un personal militar norteamericano con capacidad para operar aviones C-17, los más grandes para transporte estratégico de tropas o pertrechos.

Los C-17 son capaces de aterrizar en pistas sin pavimento y de movilizar a 102 paracaidistas totalmente equipados o un tanque de guerra M-1. Desde Colombia, su autonomía de vuelo abarcará la mitad del continente americano o todo, si aprovisionan en el camino, a excepción del austral Cabo de Hornos.

Las operaciones regulares e irregulares a las que piensan dedicarse, el control de territorio, –no sólo colombiano sino latinoamericano- las rutas aéreas y marítimas, y las tareas de inteligencia advierten desde ya toda una estrategia por subordinar y someter bajo su égida al conjunto de países de América Latina. Igualmente, plantean la posibilidad militar de operar contra África.

Tal como lo hemos expresado en diversos espacios, el establecimiento de las bases señala la utilización de Colombia como portaviones de los intereses geopolíticos gringos en América Latina. Ni un ciego en política puede dudar en afirmar que la tal llamada cooperación de los gobiernos de EEUU y Colombia tiene como sustento mantener a América Latina como el patio trasero de los yanquis.

De otro lado, los hechos son tozudos y no engañan por más publicidad barata en la que se ensalcen los medios de comunicación al servicio de los intereses imperialismo y la burguesía criolla. El gobierno colombiano, en una actitud servil ha tomado la decisión de permitir a las fuerzas militares yanquis su operación directa en territorio nacional, pasando por encima y sin ninguna desfachatez de su propia legalidad, de lo que imponen los principios y normas de la Constitución Política, oponiéndose a debate serio con el país, las organizaciones políticas y sociales, con los centros académicos y jurídicos, contraviniendo incluso los convenios con los Estados vecinos, en general entregando de rodillas la soberanía de la patria.

Esta decisión nefasta, extremista por excelencia, incomparable con las tantas agresiones de las que ha sido victima el pueblo colombiano, comprende uno de los atentados más graves que la historia nacional pueda registrar contra el derecho del pueblo colombiano a su autodeterminación pues convierte a Colombia en un país ocupado por las fuerzas norteamericanas. La decisión comprende además una amenaza grave a los países vecinos y expresa la negativa de este gobierno a la integración solidaria con los distintos países latinoamericanos.

Indudablemente son muchas las implicaciones de este “acuerdo”; además de las señaladas, en el plano nacional los colombianos observamos el recrudecimiento de la guerra contra el pueblo, el aumento del gasto militar, mayor preponderancia y poder del Ejecutivo en los asuntos nacionales, el tratamiento de guerra a los conflictos sociales, la permanente violación de los derechos humanos…en fin el gran afán del imperialismo, el capital financiero y la burguesía vendepatria por ahondar en el país, bajo la excusa de la seguridad nacional, y la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, un proceso fascista que además de negar toda posibilidad de democracia en el país, ahonda la realidad de Colombia como colonia norteamericana.

Luego de 20 años de “guerra contra las drogas” y 10 de ejecución del Plan Colombia, evidente es el fracaso de estas políticas. Los hechos nacionales confirman a diario la extensión y poder alcanzado por los narcotraficantes, el complejo económico que representa el narcotráfico, así como todos los beneficios y protección que recibe del Estado.

En el caso de la insurgencia, a quien se busca deslegitimar señalándola de traficantes de drogas y terroristas, la cuestión es también clara, si bien se han tenido que profundizar en tácticas militares propias de la guerra de guerrillas y maniobras de repliegue para enfrentar las tropas del ejército más grande de Latinoamérica, su derrota no aparece a la vista y ahora mucho menos, cuando la injusticia, el autoritarismo, el desconocimiento de los derechos y la polarización política se acrecientan y la guerrilla en distintas batallas y escenarios reafirma su compromiso con el pueblo y sus luchas.

Con el “acuerdo” Obama-Uribe, el cual no dejamos de rechazar, todo patriota entiende que se aleja la paz y se profundiza la guerra, es una verdad de a puño que sabremos enfrentar todos los colombianos amantes del progreso, la libertad y los derechos sociales y económicos del pueblo, fundamento de la verdadera paz a la que aspiramos las mayorías. Mayores serán las luchas a desarrollar para expulsar al invasor extranjero y derrotar la oligarquía criolla. Los comunistas seguimos esforzándonos para no ser inferiores a nuestros retos. Insistiremos en fortalecer la unidad, organización y lucha de la clase obrera y de todo el pueblo por sus justos anhelos de independencia, democracia, libertad y bienestar.

Llamamos a la clase obrera y pueblos de Colombia, América Latina y el mundo, a todos los revolucionarios, demócratas, intelectuales, organizaciones políticas y sociales a expresar su rechazo a las bases militares del imperialismo que se instalan en Colombia, a defender la soberanía y hermandad de los pueblos Latinoamericanos y caribeños, expresando una vez más que América Latina y el Caribe se levanta contra las políticas y agresiones del imperialismo yanqui.

¡NO MÁS BASES MILITARES EXTRANJERAS EN COLOMBIA!
¡MUERTE AL IMPERIALISMO YANQUI!

¡COMBATIENDO UNIDOS VENCEREMOS!

Partido Comunista de Colombia (marxista-leninista)