La Marcha de la Historia en América Latina le esta dando la razón al Che Guevara

LA MARCHA DE LA HISTORIA EN AMÉRICA LATINA LE ESTÁ DANDO LA RAZÓN AL CHE GUEVARA(*)

Quien alguna vez haya tenido el privilegio de estar cerca del Comandante Che Guevara, con seguridad que ha quedado marcado para siempre por la huella que su grandeza revolucionaria imprimía a su derredor.

Las primera referencias de su persona las tuve en 1954, poco después de la caída del gobierno democrático del presidente Jacobo Arbenz Guzmán como resultado de la agresión imperialista en Guatemala.

Después de dos años de cautiverio tuve que salir de El Salvador. Recobré la libertad precisamente en junio de 1954 después de tan doloroso suceso.

Conocí en esos días al compañero Obdulio Barte, dirigente del Partido Comunista Paraguayo, recientemente fallecido, que estuvo exiliado en Guatemala en los últimos meses del gobierno de Arbenz.

Por él y por dirigentes de partidos guatemaltecos conocí que en Guatemala estuvo en esos meses el Che. Lo describían como un revolucionario "inquieto", aunque serio y reflexivo, pero descontento con el lento desarrollo de los procesos revolucionarios de la región. Desde Argentina había pasado por muchos países antes de llegar a Guatemala, con disposición generosa a contribuir personalmente al avance revolucionario. El internacionalismo revolucionario era su sello.

A algunos espíritus conservadores les inquietaban sus planteamientos en relación con la exagerada confianza del presidente Arbenz y de otros dirigentes, en un ejército que aún no era verdaderamente revolucionario y que estaba minado interiormente por la CIA y sobre la renuencia a dar armas al pueblo, a los cientos de miles de obreros y campesinos dispuestos a defender su proceso democrático y revolucionario frente a las crecientes amenazas del Pentágono, y sobre otros aspectos vitales de parecida índole.

Mi compañera también había tenido el honor de conocerlo. Asilada en la embajada de Argentina en Guatemala después de la caída de Arbenz entre junio y octubre de ese año, ante la oleada represiva del gobierno títere de Castillo Armas, instaurado por el imperialismo, vió al Che, que se encontraba en la embajada de su país, acogido a la extraterritorialidad de su bandera. Infundía respeto a todos los allí asilados por su actitud serena, por sus momentos de quietud pensativa, concentrado en una profunda búsqueda de las sendas que conduzcan a los pueblos de nuestra América a la alborada libertaria.

Era extraordinaria su fraternalidad, su sencillez, el humanismo que trascendía de su persona hacia los otros compañeros que, hacinados en un local que no daba para tantos, sufrían hondamente el dolor de haber perdido, aunque temporalmente, la presencia de un régimen de respeto a los derechos democráticos y de avance hacia escalones de la revolución popular. El Che, por razones de dieta -ya el asma lo intranquilizaba con frecuencia- cocinaba él propio su frugal alimentación y con fraternal solidaridad compartía su arroz con el resto de los compañeros. Esas estampas guardaba* (*asi en el original) del Che, cuando su nombre y su figura quedó inserta en la gloriosa epopeya revolucionaria del pueblo cubano, que cambió la historia del continente americano.

En tales momentos no concebía la posibilidad de conocer personalmente al Guerrillero Heroico, símbolo del combatiente internacionalista, ideal de las juventudes de todo el mundo.

Sin embargo, una tarde en Moscú, en 1964, desde mi asiento de un avión que me trasladaría a La Habana, en uno de esos vuelos que se remontaban hasta cerca del Polo Norte, para virar desde allí hacia Cuba sin volar sobre ningún otro país; antes de que el avión despegara, vi, por la ventanilla, una formación de jóvenes y pioneros cubanos, con ramos de flores en las manos y la bandera de Cuba flameando al viento. En actitud de firmes, pero con alegría y fulgor en su semblante, daban la despedida a su querido dirigente. Con alegría reconocí en él al Comandante Che Guevara, que viajaría en el mismo avión.

A pesar de tener compartimento especial, propio a su elevado nivel estatal, recorrió los pasillos posteriores del avión para saludar fraternalmente a los que allí viajábamos. Había varios dirigentes de partidos comunistas latinoamericanos. Con profunda emoción estreché su mano combativa, miré la expresión profundamente humana y a la vez firme de su rostro, y su extraordinaria y penetrante mirada que irradiaba dulce y sincera fraternidad y al mismo tiempo acerada resolución. Pocas palabras pude pronunciar, embargado por la conmoción del momento.

Al llegar a la ciudad ártica de Murmansk, obligada escala técnica, los dirigentes regionales del Partido, nos condujeron a la sala de honor del aeropuerto. Querían saludar al Comandante Che Guevara y a los dirigentes de partidos hermanos y ofrecemos un agasajo. Varios compañeros alargaron sus discursos de agradecimiento. El Che se vio obligado a dedicar un brindis, pero evidentemente no le agradaban tantas palabras, ni creía momento oportuno para la profundización política. Después de referirse breve y seriamente, con fuego en sus palabras, al inmenso papel de la Unión Soviética en la lucha contra el imperialismo, y por el avance de la revolución mundial, sus últimas frases adquirieron un tono festivo, al decir que se encontraba "entre un monje y un verdugo". (A su derecha se encontraba sentado Monge, Secretario General en esa época del Partido Comunista de Bolivia, y a su izquierda el compañero Arnoldo Verdugo, del Partido Comunista Mexicano). Todos celebramos su ingenio y comprendimos su escueto mensaje: no era momento apropiado para grandes discursos.

Terminada la escala técnica, proseguimos el viaje a La Habana, remontando el vuelo sobre los helados témpanos del Ártico.

Poco después su palabra de fuego revolucionario resonaba en una conferencia de partidos comunistas. El tema más candente resultaba ser el de los diversos enfoques sobre "las vías de la revolución". Su categórica posición de principios, a la vez que inobjetable y firme, era persuasiva y convincente: combinar los distintos medios de lucha popular, no menospreciar la lucha armada del pueblo, combinarla con los recursos políticos. Algunos no comprendían su insistencia. La marcha de la historia en América Latina le está dando la razón.

En los intervalos entre las sesiones, tuve el honor de conversar con él. Llevando las sillas hasta el césped que rodeaba la casa de sesiones en el atardecer, bajo la brisa refrescante, ensimismaba mi pensamiento, tratando de no perder ni una palabra de sus ideas que, como águila gigantesca, cubrían todo el panorama de América, sus altas cordilleras y ciudades hacia un presente y futuro de luchas de los pueblos que marchan hacia la liberación, sus ideas sobre la concatenación interna de los particulares procesos revolucionarios de los pueblos de América Latina en un sólo gran proceso histórico de la revolución latinoamericana, el deber internacionalista de todos los revolucionarios.

Especial interés mostraba en el proceso revolucionario de América Central. Le preocupaba, me dijo, la peculiar situación de El Salvador, en donde sus montañas difícilmente podían ser el terreno apropiado para el período inicial de nacimiento y supervivencia de las primeras unidades guerrilleras, por su proximidad a centros urbanos y por estar cruzado de caminos. A esas alturas, ya las cordilleras guatemaltecas palpitaban de la rebeldía de un pueblo que luchaba con las armas en la mano bajo la dirección de jefes revolucionarios como Turcios Lima, y las montañas de Sandino volvían a poblarse de heroicos combatientes del movimiento recién fundado por Carlos Fonseca Amador. Los ojos del Che estaban fijos en los procesos incubadores de liberación y la médula espinal de todo el proceso de liberación de los pueblos de Centroamérica pasaba por las cordilleras de Guatemala, Honduras y Nicaragua, en donde los destacamentos guerrilleros, estrechamente unidos a las grandes masas de los pueblos centroamericanos, se convertirían en torrente incontenible de revolución liberadora del yugo secular del imperialismo yanqui y sus crueles lacayos.

En sus palabras serenas pero encendidas de previsión revolucionaria marchaba la historia. Los vientos del desarrollo futuro soplaban en el escenario de la vida de los pueblos.

¿Quién podía imaginar a esas alturas que la ignorada región centroamericana se iba a convertir en centro tempestuoso de revolución en América Latina? ¿Quién conocía entonces dónde quedaba un pequeño pueblo llamado El Salvador? Pero la poderosa visión revolucionaria del Che se preocupaba por los últimos pliegues topográficos de esta región y por la situación política de sus pueblos.

En mi mente quedaron grabadas sus palabras, su modestia, su fe en la capacidad de los pueblos, su serenidad, su claridad y profundidad de análisis.

Al hablar, con frecuencia usaba su bombillo de goma para hacer desaparecer la dificultad respiratoria, pero el tabaco continuamente estaba en sus labios.

Al finalizar la serie de reuniones de dicha conferencia, en el almuerzo de despedida al aire libre, el Che ayudaba a asar "a lo gaucho" el ternero que sería el plato central. Sus compañeros le hacían bromas, diciéndole que en la Sierra había quemado la res que en una ocasión preparó como parrillada argentina. Con modestia sonreía y contestaba las bromas. Yo estaba pocos metros sentado junto al ex-presidente Arbenz que había participado en la conferencia, escuchaba sus palabras impregnadas de dolor al referirse a la carta-renuncia de la renuncia de la presidencia ante la agresión yanqui y la traición de sus más cercanos compañeros de la alta oficialidad del ejército. Y contemplando al Che, en su modestia revolucionaria, afanado en asar la res a la parrilla gaucha, despojado de toda pose u orgullo individualista, pensaba, al mismo tiempo, en cuánta razón tenía el Che al preocuparse porque los obreros y campesinos se armaran como autores propios de su proceso revolucionario. La historia había confirmado su visionaria previsión revolucionaria.

Ahora, casi 18 años después de ese fugaz episodio, la historia de nuestra América agiganta las enseñanzas y el ejemplo del querido Comandante Ernesto Che Guevara. Su internacionalismo, que rubricó con su preciosa sangre, su decisión, la impresionante defensa de sus convicciones revolucionarias, su incansable lucha contra el imperialismo, la explotación y la opresión, su previsión estratégica, fruto de un profundo análisis dialéctico del desarrollo de las luchas revolucionarias de nuestros pueblos, aumentan su querida presencia en la marcha de la historia.

(*) Testimonio del Comandante Marcial sobre, el Comandante Ernesto Che Guevara para la OSPAAL (Organización de Solidaridad con los Pueblos de Africa, Asia y América Latina).
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Fuente: Centro Histórico Revolucionario Salvadoreño "Salvador Cayetano Carpio - Comandante Marcial".