Los contrabandos ideológicos: el obstáculo mayúsculo para avanzar

LOS CONTRABANDOS IDEOLOGICOS: EL OBSTACULO MAYUSCULO PARA AVANZAR

“Sin un partido férreo y templado en la lucha, sin un partido que goce de la confianza de todo lo que haya de honrado dentro de la clase, sin un partido que sepa pulsar el estado de ánimo de las masas e influir sobre él, es imposible llevar a cabo con éxito esta lucha.”
(LENIN V. Enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo)

Hay dos fenómenos que expresan hasta hoy, el reflujo que se nos impuso con la derrota; a la izquierda y a los revolucionarios: la atomización orgánica y la dispersión ideológica. Si bien es cierto, que estos grandes problemas; son transversales al conjunto del campo obrero y popular, en el espacio donde más se han afectado, dañado y comprometido negativamente, los destinos de la clase; ha sido en la franja revolucionaria. Los efectos demoledores de la derrota, nos tienen hasta ahora, enredados en visiones y lecturas de la realidad, que no logran aclarar el oscuro y confuso escenario que estamos enfrentando. De otro lado, nos encontramos inmersos dentro de un capitalismo que, continúa desarrollando con extraordinario vigor las fuerzas productivas, al mismo ritmo del desarrollo científico y tecnológico, pero, sin que nosotros; nos hayamos puesto de pie para dar cuenta de estos incesantes procesos.

El desarme que provocó la dictadura, que no sólo fue orgánico y político, sino que además, logró tocar los cimientos ideológicos, lo que hizo aún más profunda la derrota. Este desmantelamiento, es el mayor impacto que proporciona el enemigo de clase, a los trabajadores y al pueblo, pues es con este triple golpe que se cancela la continuidad del proyecto histórico de los explotados. Al apuntar a la cabeza del movimiento obrero y popular; la clase dominante realiza un giro histórico estratégico: dejar sin dirección a su clase enemiga y cómodamente y con el camino despejado iniciar la nueva fase de acumulación. Este momento de la historia de nuestro país, es el que mejor refleja el antagonismo de clases existente y el grado de agudización al que habían llegado las contradicciones entre la burguesía y el proletariado.

Todo el proceso posterior, de reconstrucción y resistencia del sujeto popular, obliga al rescate del enorme caudal de experiencia y tradiciones de las luchas recientes de las masas populares. La memoria histórica sostuvo casi todos los intentos, por acumular una fuerza social y revolucionaria suficiente; que nos permitiera enfrentar y después derrocar la dictadura. Hasta la primera mitad de la década de los ochenta, la nomenclatura y los códigos de entendimiento, no habían variado en lo esencial, como para pulsar con acierto; los dos grandes bloques que se enfrentaban y los objetivos que definían tal enfrentamiento de clases. Sin embargo, el imperialismo en ese mismo periodo preparaba su jugada maestra: “El Acuerdo Nacional”. Convocados ante el inminente peligro del alzamiento que preparaba la izquierda, la oposición burguesa y los sectores aperturistas de la dictadura, constituyen un referente, que buscará dar una salida burguesa a la crisis que se había instalado, producto de los primeros signos de agotamiento y posterior colapso del nuevo modelo económico. Por sobre la protesta popular, se levanta la proclama del diálogo y aparece con una inusitada fuerza ideológica, el llamado a la reconciliación. A partir de ahí, se levantarán los distractivos ideológicos, tendientes a neutralizar a los sectores moderados y reformistas de la izquierda. La ofensiva entonces, traslada el eje de las opciones desde la contradicción dictadura- democracia a la artificial contradicción violencia-no violencia.

Primero, el “socialismo renovado” con su tesis de las “dos izquierda”: la comunista y la socialista. Con este sector de intelectuales tuvimos para rato. Con una importante cobertura material por parte de sectores católicos, desarrollan toda una ofensiva político-ideológica, que apuntaba en lo central a influir con postulados derrotistas y liquidacionistas a los sectores obreros y populares; objetivos que fueron alcanzados en importante franjas sociales vinculadas al mundo gremial y del trabajo. Con un cierto nivel de consolidación de estas posturas, al que ayudó en mucho la existencia de medios de comunicaciones como la revista “Apsi”, “Cauce”, “Hoy”, “Análisis”; más toda la infraestructura que puso a su disposición el arzobispado de Santiago, organizando difundidas “Escuelas de Verano” a través de las vicarías de pastoral obrera, de la juventud, universitaria y las distintas vicarías zonales, donde la mayoría de sus funcionarios respondía ideológicamente a esta corriente de la renovación socialista. Estos sectores fueron ganando adherentes, incluso hasta en las mismas filas revolucionarias. En paralelo a estas dinámicas, sus representantes más conspicuos; reunían a su propio auditórium en seminarios, coloquios, simposium, realizados en grandes hoteles “cinco estrellas”; donde ya se codeaban con diplomáticos y agentes del imperialismo que buscaban la “paz” y la “democracia” para Chile.

SE CUELA EL POST-MODERNISMO

Hecha la siembra y mientras los socialistas renovados se ponían a esperar los frutos, otra corriente de pensamiento, casi prima-hermana de la anterior, porque terminaron en el mismo pantano, entra en escena: el post-modernismo. Esta variante del pensamiento pequeño-burgués, hace su entrada en Chile a finales de los 80, pero no por boca o cabeza de sus propios exponentes, que ya se encontraban en edad avanzada, sino a través de los retornados del exilio dorado. Ellos, que junto con los libros de los exponentes de la “escuela de Frankfurt”, llegaron con la costumbre de discutir en los salones de café, distantes de toda contingencia, como lo habían estado la mayoría de los pensadores post-modernistas que han vivido entre libros, creyendo que desde allí se juzga más legítimamente la vida de los hombres o sus “fragmentos históricos”. Con sus libros bien tomados, se mimetizaron en las filas revolucionarias, para ofrecer sus novedades intelectuales, como un “milagroso remedio” a los ya probables fracasos del marxismo local, amarrado a sus categorías “dogmáticas” y “totalizantes”. Ellos venían como lumbreras de un pensamiento que se debía instalar, para sustituir la intolerancia leninista por el relativismo axiológico (valórico), cambiar las grandes metas revolucionarias de la clase obrera, por el pesimismo histórico extremo y por un escepticismo desenfrenado. Los discípulo de Theodor Adorno, Max Horkheimer, Jürgen Habermas, Michel Foucault, llegaron entusiastas para difundir el ideario de la “Escuela de Frankfurt” y con ello “contribuir” a insertar en el campo popular un contrabando ideológico que, amplió y profundizó la dispersión a nivel de las ideas, cuestión que obviamente no les planteaba ninguna contradicción, en tanto uno de sus objetivos, era precisamente, promover la diversidad como oposición a la idea moderna de “uniformidad”. Estos post-modernistas locales se disfrazaron ellos y disfrazaron la política, de una sui géneris mezcla, en la que combinaron el rancio humanismo burgués con un anarquismo rock and pop, que poco o nada tiene que ver con el otrora anarco-sindicalismo clasista de comienzos del siglo XX. Estos nuevos “intelectuales orgánicos” (casi la mayoría ex marxistas), se proponen esta tarea porque a juicio de ellos, que habían ganado en “claridad”, sencillamente se trataba de construir un andamiaje conceptual y práctico que, derrumbara definitivamente lo que el imperialismo no pudo derrumbar cuando restauró el capitalismo en los países de Europa Central. A saber, barrer con el marxismo militante, “dogmático”, verticalista, centralista y por sobre todo “odiosamente” jerárquico y disciplinante, es decir, barrer con aquella izquierda ortodoxa y enemiga de la democracia, del humanismo y del espíritu libertario.

Entonces, los jóvenes adherentes de estas novedosas axiomáticas, se lanzaron a combatir a la vieja y “anacrónica” militancia marxista de los 60, de los 70 y hasta la de los 80, asumiendo y levantando paradójicamente como ícono, la figura marxista-leninista más militante, más ortodoxa, más verticalista y más centralista: la figura del Che Guevara. ¿Qué confusión, no?. Para ello, nada mejor que combatir el militantismo partidario y por ende a los partidos políticos, proponer al pueblo el autonomismo social y levantar ficticiamente un antagonismo entre lo social y lo político, ejercer en la discusión y en las decisiones el horizontalismo (donde piensan y dicen sólo los más preparados), hacerse receptivos y cultivadores de la diversidad y por estas vías, erigirse en una suerte de gremialismo de “izquierda”.

LOS PRODUCTOS DE ESTA MADRE CONFUSIÓN

Una franja del radicalismo pequeño-burgués derivo entonces, en reformismo socialdemócrata, o sea, en socialistas renovados. Otra franja del mismo radicalismo pequeño burgués derivo en un izquierdismo utópico, es decir en post-modernismo. Ambas franjas hoy día constituyen el sostén ideológico auxiliar del imperialismo, con todas sus nociones y categorías intelectuales que con arrogancia se pretenden teorías científicas. Estas corrientes ideológicas se han convertido en el seno mismo de los sectores obreros y populares en la quinta columna o en el caballo de Troya político-ideológico del sistema, que busca desde las entrañas del mundo de los oprimidos y explotados, provocar su descomposición y convertirlo en una masa acrítica, sometida y anulada históricamente.

Emparentados como están, con el liquidacionismo socialdemócrata en el caso de la renovación socialista (los nuevos Plejanov y Kautsky) y con el pesimismo y escepticismo filosófico en el caso de los post-modernistas ( los nuevos Nietzsche y Schopenhauer), estos llamados “nuevos” constructores de realidades, se ponen a la cabeza de los conflictos sociales, con los discursos más encendidos, y con la postura más odiosa y enconada contra el sistema. Sin embargo, a la hora de los balances, lo conseguido se asemeja a la nada misma, y esto es así, para que los sectores obreros y populares desde sus propias experiencias de fracaso; se convenzan de que el capitalismo como sistema es indestructible y que todo esfuerzo organizativo y de movilización contra los poderosos, será sólo una suma de frustraciones y desencantos. Para estos sectores, la derecha no existe, no hablan ni siquiera se refieren a ella como su enemigo, en cambio la izquierda, particularmente la izquierda marxista-leninista, somos los manipuladores, los anacrónicos, los amarillentos. Es decir, todo aquello que suene a proyecto, diseño programático, plan táctico, perspectiva estratégica, disciplina militante, cae para ellos en el terreno de lo nefasto para el espíritu creativo y la “necesaria” espontaneidad de los verdaderos protagonistas de los cambios: la “marginalidad pobre”, que pone siempre por delante su odio y explosividad, antes que su conciencia y organización. Lo extraño, es que este enfoque, extremadamente liberal como forma de trabajo social, hasta ahora, para su propia experiencia ha sido como juntar agua con las manos. Este sector esta arrancando la fruta verde, el problema es que así, nadie se la puede comer.

TAMBIÉN SUS FRANCOTIRADORES

Se dicen marxistas y además leninistas, critican al ultraiuzquierdismo como al reformismo, se pretenden distantes y lejanos de cualquiera forma de postmodernismo. Se dicen contrario a las formas horizontalistas de organización, cuestionan la dicotomía entre lo político y lo social que plantean los autonomistas. Dicen compartir métodos centralistas y disciplinados de organización política. En fin, parecen excelentes y consecuentes lideres políticos en sus respectivas orgánicas partidarias o colectivos. Pero, a la hora de la verdad, las cosas cambian y vaya que cambian.

Como otra variante de esta visión postmodernista de lo político, tenemos a los caudillos, y lamentablemente, no los tenemos lejos de nuestras organizaciones, sino enquistados en estas. Nunca se plantean opositores al proyecto común de la organización, pero concretan cualquier estratagema para que la militancia no lo implemente en términos prácticos. Frecuentemente distorsionan los mecanismos centralizadores porque estos apuntan precisamente a dar homogeneidad a todos los lineamientos tácticos. Cuando asumen puestos de dirigentes o se hacen cargo de tareas claves, ganan la capacidad de convertir a la organización en una asamblea sin destino, que discute eternamente planes tácticos que nunca se definen ni se concretan. Hacen girar en torno a sus decisiones unilaterales el menguado quehacer orgánico, que finalmente desemboca en una reafirmación de sus poderes fraudulentos. Hacen frecuentes lecturas de la realidad nacional, pero evitan o evaden astutamente, las conclusiones que apuntan a intervenir políticamente en esta. O sea, desde el punto de vista, de una tarea propia de conducción, estos caudillos, realizan la mitad del trabajo, la mitad suficiente para seguir legitimados y la mitad necesaria para no producir efecto político alguno.

Un aspecto que conspira negativamente, en la aparición de estos agentes, es que no constituyen como corriente una expresión orgánica visible y única, a la cual dirigir la confrontación ideológica. Los elementos que asumen estos postulados, o se agrupan en pequeños colectivos donde cultivan y recrean sus argumentaciones, o se integran a un partido u organización teóricamente definida, y desarrollan al interior de estas un trabajo tendencial de camarilla, que casi siempre logra romper la cohesión orgánica e ideológica. Como el substrato de estas corrientes, tiene una raíz pequeño-burguesa, de esencialidad individualista; los caudillos no experimentan una contradicción entre lo que piensan y lo que hacen. Su tarea, desde el punto de vista de sus objetivos personalistas, no es reemplazar el proyecto estratégico de la organización por sus concepciones ideológicas; este no es su propósito, el objetivo que buscan es la paralización, la inmovilidad de la organización y para ello, hay que distraer al conjunto de la militancia con discusiones que no excedan el marco de lo meramente táctico. Frenada o limitada la organización a este parcial ámbito de importancia, la organización no contará entonces, con un aliento de largo alcance (estratégico) en el compromiso militante. Como nunca explicitan y nunca van a explicitar sus verdaderas motivaciones, cuentan con el margen necesario de anfibología, que es el vicio de expresión por el que las frases o palabras que ocupan, pueden tener más de un sentido o interpretación. Estamos diciendo, que ni siquiera son ambiguos, que es casi una posición racional espontánea, en estos casos se trata de una posición racional calculada. De esta manera, permanentemente están pasando la prueba de la sospecha o la duda, especialmente la de sus seguidores, a los que atraen mediante vínculos afectivos o de favores materiales. Combatirlos o desenmascararlos, cuando no muestran sus cartas de manera franca, sin duda se torna tremendamente difícil y complejo, sobre todo cuando, la aspiración de un revolucionario es ayudar a construir una organización compacta orgánicamente, homogénea en lo teórico y granítica en lo político. Combatir estas corrientes, a todas luces, cuñas ideológicas de nuestros enemigos, complica todo el proceso de acumulación y de rearme, porque a diferencia de los ataques a la clase dominante cuyas trincheras están claramente definidas y determinadas con las instituciones del Estado y las instituciones patronales, a este otro enemigo lo tenemos situado en los terrenos propios y además encubiertos con un lenguaje y una práctica que los mimetiza con la militancia revolucionaria.

Estamos en un momento de la lucha, en que la reactivación de las luchas sociales, como reflejo del cansancio y del descontento de los sectores obreros y populares, interpela claramente a las organizaciones revolucionarias, para señalar un derrotero a los trabajadores y al pueblo, que permita de lo simple a lo complejo y de lo pequeño a lo grande ir ganando mayor capacidad de organización y lucha, ir elevando los grados de conciencia, de tal manera, que podamos pronto dejar atrás el periodo de reflujo en el que aún nos encontramos y entrar en una fase superior de lucha contra el sistema. La atomización, la fragmentación y la dispersión, todavía nos señalan como fenómenos reales, el tremendo desafío y la urgencia por construir una Dirección Revolucionaria Unica; que por su peso y gravitación en el campo de los dominados, nos haga poner en retroceso estos alicientes del postmodernismo y de los caudillos, combatir o a lo menos neutralizar a estos elementos, que tanto daño han causado al proceso de constitución de fuerzas. No nos queda más que seguir, esforzándonos por la convergencia revolucionaria, hasta hacerla parir el Partido de la Revolución y paralelo a este esfuerzo, reconstruir la fuerza de nuestra clase: el Movimiento Obrero y Popular.

Por ahora, en cada orgánica de los revolucionarios, hay que desarrollar con ahínco y regularidad, los procesos de formación teórica y poner en evidencia el trabajo contrarrevolucionario de los caudillos.

No queda otra, que reivindicar permanentemente la vigencia del Marxismo-Leninismo como la teoría del Socialismo Científico y como la herramienta, de la que harán uso los trabajadores, para transformar revolucionariamente nuestra sociedad.

DE LA PEQUEÑA ORGANIZACIÓN A LA UNIDAD REVOLUCIONARIA,
DE LA UNIDAD REVOLUCIONARIA A LA DIRECCION REVOLUCIONARIA,
ESTA ES LA ORDEN DEL DIA.

Movimiento de Izquierda Revolucionaria
MIR de Chile
Secretariado Nacional

Octubre del 2011