Marcial y la revolución salvadoreña

SEÑOR DIRECTOR

En su artículo “El suicidio de Marcial ” (Nexos 76), Adolfo Gilly manifiesta una tendencia a las lucubraciones para explicar los hechos de las organizaciones que componen el FMLN. Y lo hace únicamente a través del cristal con el que mira, sin haber estudiado o conocido los numerosos documentos de dichas organizaciones, sin haber analizado detenidamente sus relaciones, el desarrollo de las personalidades que participaron o participan en este proceso difícil, las cambiantes condiciones estructurales y sociales, la repercusión del fenómeno de clase en los partidos políticos. Todo esto es lo que haría falta para explicar el cuadro con sus matices y ver así la larga lucha de un pueblo y su sangrienta historia. Por lo demás, ya desde su libro Guerra y política en El Salvador ( 1981), Adolfo Gilly ha venido adulterando la línea política del Partido Comunista de El Salvador.

Lo primero a decir es que el programa de la revolución salvadoreña no ha variado. La Plataforma Programática del Gobierno Democrático Revolucionario del 23 de febrero de 1980, plantea los objetivos de la revolución y la necesidad de los cambios estructurales como tareas inmediatas de la misma revolución salvadoreña y señala el procedimiento para llevar a la práctica dichas tareas. Es un programa elaborado con vistas a los inmediatos objetivos revolucionarios de tipo democrático, popular y antiimperialista. Una revolución socialista necesita de condiciones objetivas y subjetivas que permitan el cumplimiento de las fases necesarias para su realización. La transformación de las estructuras de un país no depende de la voluntad de los dirigentes. El programa debe responder a la realidad que vive la revolución en marcha y lo que no debe cambiar es el proyecto esencial del mismo.

Shafik Jorge Hándal escribió en 1978: “Si se concibiera el poder democrático de transición como una etapa acabada de la revolución, a nuestro juicio conduciría a observar en la práctica una política, una táctica que de hecho, facilitaría la salida burguesa. Sobre este punto, como es sabido, se ha realizado todo un debate -que aún prosigue- entre las fuerzas de izquierda, teniendo en mente las lecciones de Chile y de Bolivia e, incluso, de Portugal… A nuestro parecer, el problema es hasta qué punto el nuevo poder, en forma flexible y resuelta puede cumplir las transformaciones económico-sociales maduras. Por ello, concebimos que la interrogante clave en el período del poder democrático de transición es ésta: ¿quién tiene en sus manos el poder real?” (Revista Internacional, No. 5, 1978: “Interrelación indisoluble”).

En el apartado 7 de su artículo, Gilly mutila un fragmento que viene a ser una conclusión de lo dicho sobre el ejército en párrafos anteriores del documento. Claro que si el FMLN propusiera en su Programa de Amplia Participación la fusión de dos ejércitos antagónicos que se han combatido, es decir, la absorción de uno en el otro, sería no sólo utópico, sino ridículo y torpe. La Plataforma Programática de 1980 dice:

Crear el nuevo Ejército de nuestro país, que surgirá fundamentalmente en base del Ejército Popular construido en el curso del proceso revolucionario, al cual podrán incorporarse aquellos elementos sanos, patrióticos y dignos que pertenecen al Ejército actual.

La Plataforma del Gobierno Provisional de 1984 dice al respecto:

5. Disolución de los cuerpos de seguridad, escuadrones de la muerte y de su brazo político ARENA…

6. Retiro de los asesores norteamericanos, cese de la intervención de la ayuda militar…

7. Depuración de las Fuerzas Armadas gubernamentales y una vez realizada ésta, incorporación de su representación a las estructuras del gobierno Provisional de Amplia Participación….

8. Investigación y juicio de los responsables civiles y militares de genocidio, crímenes políticos, torturas, de desapariciones y privaciones ilegales de la libertad individual.

Al final del programa, dice: “Este proceso culminará con la organización de un Ejército nacional único, formado por las fuerzas del FMLN y las fuerzas armadas gubernamentales ya depuradas. Hasta entonces ambos ejércitos mantendrán en su poder sus respectivas armas”. Ninguno de los dos Programas (ni el de 1980 ni el de 1984) plantean la destrucción del Ejército gubernamental como un todo, no hablan de fusión, ni de autodepuración. Depuración de las Fuerzas Armadas gubernamentales quiere decir el acto de eliminar de esta organización militar a todos aquellos elementos responsables de crímenes y de genocidio y, una vez realizada esta medida inmediata, incorporar a los elementos que no son responsables de los numerosos crímenes. ¿Quién va a hacer la depuración? Lógicamente quienes tienen el poder en sus manos.

En El Salvador el servicio militar no es obligatorio para todos los jóvenes varones. Los hijos de los oligarcas y de los pequeños burgueses no hacen servicio militar. En la guerra actual, miles de soldados de extracción proletaria y campesina son llevados forzosamente al frente de batalla. Éste es uno de los problemas más serios que tiene el ejército gubernamental. Además, el ejército no es monolítico, como se vio en 1972. El texto íntegro de la carta de los mandos medios del ejército sobre el diálogo, publicado en varios periódicos salvadoreños y en el periódico El Día del 10 de noviembre de 1982, también lo comprueba. ¿Qué hacer, entonces, con ellos al triunfo de la revolución? ¿Matarlos a todos o meterlos a todos juntos en una inmensa cárcel que cubra la tercera parte del país? Habrá que incorporarlos a la fuerza armada que se identifica con el pueblo.

En el apartado 4, Gilly cuestiona al PCS. La solidaridad de Gilly, su defensa de la pureza de la revolución salvadoreña, sus conclusiones, su búsqueda por descubrir “el fondo” del suicidio de Marcial y la falsificación del pensamiento político de dirigentes del Partido Comunista encierran algo sombrío: el golpe a la unidad del FMLN, favoreciendo a un grupo disidente que se ha pronunciado en contra de su propia Dirección y del FMLN, y que apoya la línea política atrasada y derrotada el Salvador Cayetano Carpio. Desde su fundación, el PCS ha realizado siete congresos, el último en abril de 1979. En 1964, en condiciones de estricta clandestinidad, el PCS celebró su 5 Congreso; allí se planteó la necesidad de un frente único de lucha de todas las fuerzas democráticas y antiimperialistas como asunto estratégico. Dice textualmente en uno de sus fragmentos:

Consideramos que la lucha armada será el medio que nuestro pueblo tendrá que utilizar para la toma del poder político y para el triunfo de la revolución democrática, popular y antiimperialista. Y por ello consideramos que el pueblo debe prepararse para saber utilizar eficazmente dichos medios… El presente período de acumulación de fuerzas implica insoslayablemente la combinación acertada entre la preparación para la insurrección armada del pueblo y las acciones masivas de todo tipo, la organización popular en todos los terrenos y el aprovechamiento de todas las condiciones y posibilidades concretas de lucha, ya sea en lo legal o en lo clandestino.

En 1980, en 177 cuartillas se publicaron los Fundamentos y tesis del PCS del VII Congreso de 1979. Aquí viene claramente definido el carácter de la revolución, las vías de la misma, sus fuerzas motrices, las formas de lucha, las características concretas del proletariado salvadoreño, la toma del poder, el frente único, las contradicciones en el campo enemigo, etcétera:

La revolución que madura en nuestro país es en esencia la revolución socialista; pero ella debe necesariamente tener su prólogo, su inicio en una revolución democrática antiimperialista. No se trata, sin embargo, de dos revoluciones, sino de una sola: la revolución socialista; pero ella debe realizarse ineludiblemente con las banderas democráticas antiimperialistas desplegadas.

La toma del poder, su conservación y defensa es el problema central de la revolución. Si este problema se resuelve bien ya en el curso de la revolución democrática antiimperialista- y ello es perfectamente posible de acuerdo con la experiencia histórica universal- entonces será posible y necesario pasar a la etapa socialista de la revolución.

Respecto al frente único, dice textualmente:

Nuestra política de alianzas debe conducir a la construcción de un Frente Unico capaz de tener un gran poderío. Una dirección única y una elevada coordinación a todo el proceso de lucha por la revolución… Premisa indispensable para realizar el trabajo por el Frente Unico es la determinación correcta de los aliados del proletariado, la clasificación de éstos en distintos tipos, según sus características de clase, y la determinación de las distintas formas de alianza que deben concertarse con ellos… Esto significa que debe concertarse una alianza combativa entre el PCS, las FPL, la RN y el ERP y otras organizaciones revolucionarias.

La seriedad de un partido político se conoce no sólo por su línea política escrita en un papel, sino también por su autocrítica y sus acciones.

Durante más de cinco años el PCS realizó una activa polémica pública con los planteamientos y posiciones políticas de las organizaciones de la izquierda armada. La característica principal del estilo y el método de nuestra polémica consistió en descartar la utilización de adjetivos en sustitución del análisis…

Realizábamos nuestra polémica pronunciándonos a favor de la unidad de la izquierda y en el marco de una lucha expresa por alcanzar dicha unidad. Corresponde al PCS el mérito de haber enarbolado primero y defendido más sistemáticamente la bandera de la unidad de la izquierda (el subrayado es nuestro). El poder, el carácter y vía de la revolución y la unidad de la izquierda. (Shafik Jorge Hándal: Fundamentos y perspectivas.)

Ninguna organización política o armada “arrastró” a la otra hacia la unidad. Fueron el pueblo y la vida misma del país los que exigieron la coordinación y la unidad de las organizaciones en FDR-FMLN. La periodista Marta Harnecker hizo una entrevista a Shafik Jorge Hándal, donde él explicó las debilidades del Partido y sus dificultades para incorporarse a la lucha armada. (Marta Harnecker: Pueblos en armas, pp. 121 a 136).

En cuanto a la figura de Marcial, su renuncia al PCS, su suicidio y el asesinato de la comandante Ana María, Gilly hace un razonamiento falso y subjetivo. La lucha del pueblo salvadoreño no arranca en 1970 con la renuncia de Salvador Cayetano Carpio al Partido Comunista de El Salvador, como pretenden algunos. Desde el siglo XIX hubo guerras, insurrecciones, desplazamientos de clases y un mestizaje creciente. Con el desarrollo del capitalismo proliferaron las capas medias y los grandes grupos marginales; la clase obrera en El Salvador es relativamente joven. Con el cultivo y exportación del café surgió la clase social dominadora y explotadora, pero es con el desarrollo del algodón y la industrialización de los años 50-70, bajo un gran dominio de los monopolios imperialistas, que surge el proletariado industrial. Ahora la estructura de clase en El Salvador es compleja, e incluye a una gran masa miserable dispuesta a luchar. Salvador Cayetano Carpio salió de este medio e ingresó a un convento, en el cual permaneció varios años, con el objeto de profesar el sacerdocio. Más tarde trabajó en una pequeña panadería. En 1947 ingresó al Partido Comunista de El Salvador. En 1952-53 estuvo en la cárcel. Por la valentía y el sacrificio que mostró en la Prisión obtuvo reconocimiento del Partido. Viajó a Europa. En 1957 fue miembro de la dirección partidaria, y en 1965 su Secretario General. Y aunque Carpio tenía grandes cualidades de organizador, conservaba también grandes debilidades, que en un miembro de base podían pasar inadvertidas pero que en un dirigente podían tornarse peligrosas. Sus concepciones obreristas de la lucha de clases lo hacían ver en cada intelectual un posible enemigo de clase, un traidor en ciernes. El “misticismo revolucionario” del cual habló siempre lo volvió sectario. En nombre de este misticismo no permitía discrepancia ni error. Mezcló una especie de moral religiosa con la ética revolucionaria. En su aparente sencillez encerraba una vanidad muy grande. La renuncia de Salvador Cayetano Carpio al Partido Comunista de El Salvador (carta escrita en más o menos 12 cuartillas) es penosa para cualquier dirigente político: está llena de insultos, de adjetivos, de epítetos altisonantes para quienes discrepaban con él. Demuestra la falta de argumentos para combatir en el plano de las ideas, así como su odio a los intelectuales del partido.

Quienes, con desproporcionado elogio, lo llamaron el Lenin, el Ho Chi Minh de América Latina, el gran “Zorro Gris”, no hicieron más que atizar su vanidad. Ningún dirigente, por respetado que sea, es árbitro personal en una organización. No puede determinar él solo la línea política ni los programas sin el apoyo colectivo y la discusión. El caudillaje personalista es peligroso para una revolución. Las acciones de los individuos están condicionadas por las necesidades objetivas del desarrollo de una guerra y la línea política surge de la realidad concreta y de la vida. Nadie; por talentoso o hábil que sea, está por encima de una situación y sus problemas. Hoy más que nunca, cuando la lucha de clases se agudiza y ante la embestida imperialista, FMLN-DR debe ser honesta a toda prueba.

Salvador Cayetano Carpio se retiró del PCS con siete militantes (cuatro médicos, una empleada de la Universidad y un motorista. El séptimo militante era su propia esposa). En la entrevista que le hizo Marta Harnecker explica las dificultades y los aciertos que tuvo para formar los comandos armados; pero dice: “En el camino del comportamiento revolucionario la organización fue muy espartana. ” Cuando la periodista pregunta en qué sentido debe tomarse espartana, Carpio responde: “Nosotros nos propusimos una serie de condiciones para probarnos, para ver si no era charlatanería… Porque muchos de nosotros habíamos combatido a los que llamábamos `revolucionarios de cafetín’, fenómeno que se dio entre los poetas y los escritores en El Salvador” (páginas 149-150). Los ataques personales de Salvador Cayetano Carpio al poeta Roque Dalton cuando ambos eran miembros del PCS encerraría un capítulo aparte y corroboraría lo que hemos señalado anteriormente.

Al último, ¿por qué poner en duda la declaración oficial del gobierno sandinista sobre el asesinato de Ana María? ¿Por qué entrometer a la Unión Soviética, como lo hace Gilly, en la decisión de un programa político y de un suicidio? Éstas son especulaciones y, además, significa hacerle un servicio a Kissinger y su Comisión, quienes hacen de la crisis centroamericana una confrontación Este-Oeste. Guilly puede estar seguro de que si la Unión Soviética “abandonó” a Marcial, Estados Unidos tratará de no “abandonar” a Centroamérica.

Lo que cuenta en El Salvador es la lucha consciente de las masas. El pueblo es la vitalidad de esta revolución en marcha.

Liliam Jiménez

Corresponsal de Notisal en México.
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Fuente: Nexos (México, julio de 1984).