El camino del triunfo. Informe a la VIII Conferencia Nacional del M-19

EL CAMINO DEL TRIUNFO*

Compañeros, colaboradores, compatriotas:

Han sido tres años de permanente accionar político militar, en donde hemos recogido montones de experiencias y enseñanzas que son difíciles de recoger en un documento de estas características, si tenemos en cuenta además que las condiciones de represión han impedido mantener unida a nuestra dirección nacional. Ahora nuestro deber es hacer el intento de analizar nuestros errores y aciertos, mover el timón hacia las rutas más correctas y transformar una vez más nuestras fallas en experiencias.

Por una solución democrática, de justicia social y nacionalista.
En esta frase se resume uno de nuestros más importantes logros y ha sido en el combate en donde hemos ido confirmando la justeza de nuestros puntos programáticos, de nuestros objetivos políticos y de nuestra principal herramienta de acercamiento del pueblo.

Con la operación Colombia, la del Cantón, dimos uno de los pasos cruciales en la política de la organización, rompiendo el cerco de sectarismo e ideologismo que nos mantenía atados a esquemas prefabricados sin viabilidad posible.

A partir de allí y frente al tremendo esfuerzo del enemigo por destruir la organización, vimos con mayor claridad la máxima de pasadas reuniones: muy amplios en la política y duros en la guerra.

Está suficientemente claro que nuestro proyecto democrático, patriótico, nacionalista, tomó forma y se transformó en bandera, no sólo en nuestra organización, gracias a las amplias y profundas denuncias sobre el sistema imperante en Colombia, sobre el verdadero carácter reaccionario de la oligarquía, sobre la íntima participación de los monopolios, la oligarquía y el ejército en un proyecto reaccionario sostenido sobre la pobreza de nuestro pueblo, sobre el terror oficial, la tortura y la cárcel. El desaforado afán de dominar nuestra industria, nuestras finanzas, nuestras riquezas naturales, impone a la oligarquía y al imperialismo un sistema de dominación que riñe con los principios democráticos .

El aumento desproporcionado de la riqueza capitalista, implica el aumento de las medidas de represión del movimiento popular, el aumento de las medidas de control ideológico y de las políticas de división de las organizaciones gremiales y políticas. Todo esto implica para las organizaciones interesadas en un proyecto democrático, dejar suficientemente aclarado que ello sólo es posible cuando se integren en un solo movimiento la lucha política y la lucha armada. La lucha reivindicativa y la lucha clandestina. La lucha por reivindicaciones inmediatas y por objetivos a largo plazo.

La profunda y amplia represión contra nuestra organización, significó el desenmascaramiento del sistema policíaco de nuestro país; el enemigo pensó encontrar una organización aislada, pequeña y de cuadros y se encontró con el movimiento popular que supo con altura y valentía hacerle frente a las intenciones regresivas. Miles de personas fueron encarceladas y torturadas. No era un nuevo estilo, no era una nueva política, no era que los militares se habían vuelto malos, era la continuación de la misma política practicada por otros Gobiernos pero a otro nivel: porque también el nivel de respuesta y de enfrentamiento había cambiado, se había profundizado, se había vuelto más del pueblo, más ambicioso, más real.

La democracia representativa mostraba su verdadera condición. El Gobierno del señor Turbay desde entonces ha afrontado duras críticas de organizaciones internacionales que como la Comisión de Derechos Humanos de la OEA y Amnistía Internacional, hacen decenas de recomendaciones tendientes a lograr el verdadero respeto de los colombianos. Nuestras posteriores acciones lo que hicieron fue reforzar, ampliar, consolidar nuestro proyecto ante el mundo.

Especialmente la operación Democracia y Libertad, en donde la acción de un puñado de hombres decididos, se transformó en la acción de todos los colombianos, que durante dos meses vivieron el drama de un Gobierno altanero, militarista, obligado a conversar con “asesinos, bandoleros y subversivos”.

Gracias al manejo político de esta acción, se logró el conocimiento por parte de todos los colombianos de los verdaderos objetivos del M 19: así nos convertíamos en una verdadera alternativa política; la lucha pueblo oligarquía dejaba de ser una ilusión de revolucionarios “cabeza calientes”.

La iniciativa de acciones militares en el Caquetá, el 11 de enero de 1981, no hacía sino confirmar la seriedad y la consecuencia de nuestras palabras con los hechos. Estábamos decididos a llevar esta lucha hasta sus últimas consecuencias, siempre al lado del pueblo. El mito del M 19 urbano, quedaba roto, así como la pretendida propiedad de la lucha rural a un proceso histórico ya superado, a una mentalidad de mantenerla en el tiempo para propósitos electorales o de vanguardia inexistentes.

En este proceso se ha ido dibujando potencialmente, disperso, desunido e inmaduro, el programa del futuro Movimiento Democrático y que derrotará al actual sistema. En la práctica se ha demostrado que no es un movimiento débil; que lo conforman organizaciones gremiales, partidos políticos, incluidos sectores de los partidos tradicionales y personalidades de gran arraigo popular; todavía no están dadas las condiciones para su materialización; falta recorrer un duro camino. La misma composición heterogénea hace que sus puntos de vista, aunque en lo fundamental confluyan, las particularidades se muestran dispersas y todavía los vicios de anteriores experiencias pululan. La desconfianza en los partidos políticos llamados de la clase obrera, no sólo se oponen a su conformación sino que la obstruyen por mezquinos apetitos electorales. Por nuestra parte hemos mantenido una discreta posición llamando constantemente a su conformación, pero conscientes de que ese movimiento será sólido, unido y con perspectivas, en la medida en que la lucha armada se transforme en el elemento fundamental del pueblo para la consecución de sus principales reivindicaciones.

Lo que ha mantenido en alto la bandera de la lucha, la bandera de la denuncia, la bandera de la dignidad, ha sido la permanente rebeldía de nuestro pueblo que se ha expresado en sus acciones armadas, paros cívicos, movilizaciones por la defensa de los derechos humanos, en los foros por la paz, en las denuncias en el exterior; sin esa presencia permanente, audaz, agresiva, heroica, hacia las masas, eminentemente política de las acciones armadas, las cosas hubiesen sido de otro tamaño; la derrota hubiera cundido, la desmoralización y el escepticismo hubiesen tomado la vanguardia.

Con justicia nuestra Séptima Conferencia, cuando parecía que todo se había acabado, llamaba a todas las fuerzas democráticas y revolucionarias a conformar el más amplio frente democrático contra la monopolización de la economía y contra la represión; igualmente a la más firme campaña de lucha armada y no armada, legales e ilegales que frustraran las aspiraciones de los gobernantes que luchaban por nuestra rendición. La organización, para sorpresa de unos y felicidad de otros, supo responder al llamado de la dirección de continuar el combate y aumentar las acciones militares frente a la represión y a la tortura. Dejarse confundir o amedrentar por el terror de los militares hubiera sido sencillamente una franca actitud de traición a nuestros principios democráticos y revolucionarios. Cientos de acciones se realizaron en los períodos de mayor represión y tortura. Toda nuestra estructura urbana y aun rural tuvo un recambio obligado que se realizó con pocos traumatismos; nuestros oficiales presos fueron rápidamente reemplazados por un mayor número de militantes. El periódico continuó su dura marcha sin permitir bajo ninguna circunstancia su silencio que hubiese significado el silencio de toda la organización. Nació nuestra radio televisión “Venceremos” con emisiones semanales permanentes. Pero definitivamente lo que no deja dormir a militares y oligarcas es la transformación del M 19 de guerrilla en movimiento político. La guerrilla puede ser destruida, pero las ideas, los programas, la concepción nunca; seremos nosotros o serán otros; pero se harán realidad porque se han convertido en carne de nuestro pueblo

Ya para esta época las responsabilidades de la organización son de otro calibre. Las propuestas aparentemente de coyuntura, se han ido abriendo camino, demostrando que la bandera de la democracia, la justicia social y la paz, son banderas que tocan al centro del conflicto entre el pueblo y la oligarquía; entre Imperialismo y Nación.
La democracia, bandera esencial del movimiento socialista, ha sido recobrada por el pueblo después de su abandono sectario por considerarla “burguesa” por parte de revolucionarios ortodoxos.

La democracia dejó de ser un epíteto para la demagogia o el sectarismo; contenido que va a las entrañas de las desigualdades sociales, que toca el fondo de nuestra dependencia al imperialimo, que se rebela contra el dominio de unos pocos sobre la inmensa mayoría de la población; que enaltece la lucha por la libertad, por la justicia y por la paz y que es extraña a los Gobiernos oligárquicos, que es extraña al militarismo y a la rapacidad de los Estados Unidos.

Y así se enfrentan la democracia del señor Turbay y sus acólitos, con la democracia del pueblo; la amnistía del Gobierno con la amninistía de la revolución; la paz de los oligarcas con la paz de los rebeldes; la entrega a los grandes capitalistas, con las propuestas concretas de nacionalización y renegociación de la explotación de nuestros recursos naturales; la posición permanente de sumisión frente a los dictados de los Estados Unidos en los organismos internacionales, frente a la línea de independencia nacional, de no alineamiento y lucha por la paz. Así las cosas, la lucha por la democracia, por la justicia social y la paz, se transforma en un verdadero objetivo real, alcanzable, necesario.

La estrategia, ese camaleón que orienta nuestra actividad, deja de ser un objetivo lejanamen-te alcanzable. De allí nuestro llamado a la paz, al diálogo y a la búsqueda de soluciones concretas que se ha convertido en el mayor reto que guerrilla alguna haya propuesto.

En esa forma y una vez más, han quedado al descubierto los verdaderos intereses de la oligarquía, del ejército y del imperialismo. Ellos viven de la explotación, del terror, de la tortura: por eso no han sido suficientes los llamados al diálogo y a la paz; por eso no han sido suficientes las acciones armadas; por eso no han sido suficientes las denuncias y las movilizaciones. Con la toma de la Embajada de la República Dominicana, hicimos un llamado a los dirigentes políticos a dialogar: cada uno con diferentes excusas no fueron a ese diálogo, repetimos la propuesta, ampliamos las invitaciones y tampoco asistieron. Nosotros creemos que en cada llamado hemos ganado respeto y autoridad; quien no asiste a una cita es porque no quiere o tiene miedo; unos no asisten por razones obvias: otros porque le temen a la tortura y a la cárcel; nosotros cumplimos con nuestro deber.

La respuesta del Gobierno consistió en un proyecto de amnistía condicionado a la rendición de las guerrillas; los presos saldrían libres si la guerrilla se entregaba. ¡Tamaña extorsión!!!!

Nosotros respondimos con las palabras del general Uribe: “Por eso venimos hoy a deciros por última vez que nos déis la libertad para exponer y defender nuestro derecho con el voto, con la pluma y con los labios; de lo contrario nadie en el mundo tendrá poder bastante para impedir que tengan la palabra de nuestros cañones y de nuestros fusiles. No amenazo ni provoco; no hago sino predecir lo inevitable; no hago sino advertiros que esto, que no es sino una simple petición pacífica en favor de nuestro derecho, no implica debilidad otorgarla sino antes bien fortaleza de espíritu; si la negáis se convertirá mañana en una demanda a mano armada”.

La ley de amnistía impuesta al congreso, para vergüenza de sus componentes, a base de amenazas sobre un supuesto golpe militar, la derrotamos en el terreno militar. Sufrió de esta manera el Gobierno del señor Turbay, su más estruendoso fracaso y ha sido nuestro triunfo político más relevante.

Indiscutiblemente el surgimiento de la guerrilla rural en el Caquetá, Putumayo y Huila, su activar permanente con objetivos políticos claramente definidos, la concentración adecuada de esfuerzos humanos y técnicos, además de las acciones de otras organizaciones armadas, fue definitivamente el factor fundamental. Además ha mostrado a los sectores golpistas que sus intenciones encontrarían fuerte resistencia.

Ya sabemos con absoluta seguridad que un golpe militar antes que atajar la insurgencia guerrillera, la protesta popular, lo que hará será ampliar el espacio político de resistencia, ampliar los objetivos de lucha y la incorporación de contingentes populares a la lucha armada, además de sectores del mismo ejército que no comparten las líneas de militarización. Ceder a sus partes, conciliar con las pretensiones de los militares reaccionarios, no conduce sino al fortalecimiento de sus objetivos, al aumento de su agresividad y al golpeteo sin lucha del movimiento popular. En consecuencia: nos oponemos a las propuestas de treguas unilatera-les que conllevan a la parálisis del movimiento popular, a la entrega de los principios, a un injustificado intercambio de seguridad, para colocar uno que otro voto; y en fin a darle la razón a los militares sobre las causas de nuestro combate. Las treguas, por lo general son producto de acuerdo entre las partes en conflicto, en donde cada cual cede temporalmente en vías a buscar un acuerdo de mayor calibre. Nosotros en repetidas ocasiones hemos dicho que estamos dispuestos a suspender las acciones militares, siempre que se cumplan ciertos requisitos, que en primer lugar favorezcan al movimiento popular y que lo sintetizamos en la Propuesta de Paz del mes de julio; aún más, dijimos que si se produce dicho proceso, estamos dispuestos a participar en unas elecciones con nuestros propios candidatos.

Por iniciativa de Carlos Lleras Restrepo se nombró una Comisión de Paz que entregaría al Gobierno en un plazo prudente, sugerencias para el logro de la paz. La Comisión ha sido conformada por elementos que en general comparten los criterios de los gobernantes excepción hecha de Gerardo Molina. La organización no puso problemas a los nombres. El problema no es de nombres sino de lo que se pretenda. La Comisión empezó por negar nuestras propuestas, apareciendo como los verdaderos promotores de la paz, actitud que refleja la prepotencia de los proponentes.

La Comisión posteriormente hizo una propuesta de indulto a nuestra organización.

La reforma del Artículo 28 de la Constitución, sobre la detención de las personas, no es sino la tácita aceptación de la violación de los derechos humanos en el país; la aceptación de que a las personas no se les permite abogado, comida, etc. Ahora cursa una propuesta de rebaja de penas; aun así seguimos pensando que debemos mantenernos a la expectativa frente a cualquier Comisión de Paz. No nos olvidemos que su misma existencia es un logro de nuestros esfuerzos, es un triunfo de nuestra lucha.

La discusión sobre el accionar de nuestra organización, ha desatado duras polémicas que cubren todo el panorama político del país. Es cierto que nuestro desarrollo no ha sido el óptimo; hemos marchado paralelamente entre la función política que es lo fundamental y la actividad militar que representa uno de los medios para cumplir las tareas políticas. En general venimos obteniendo la lucha integral bajo las formas legales y clandestinas; la lucha reivindicativa y la lucha por la conformación de una vanguardia política; pero siempre hemos tenido como inicio el principio, y esto acondicionado a nuestro accionar militar, de que todas estas formas de lucha se deben condicionar a los objetivos políticos. Así hemos actuado en consecuencia, tal vez sin una sistematización teórica completa; pero el rumbo de lo fundamental creemos que lo tenemos bien ubicado; por eso no compartimos el criterio de sectores que plantean que la lucha política es igual a la lucha electoral. Estos sectores piensan que la política sólo es concebible en la paz, desconociendo la historia de la humanidad y en concreto la historia de nuestro país en donde la violencia ha sido un factor preponderante.

En 76 años de vida independiente del siglo pasado hubo 8 guerras que se extendieron por todo el país; 52 guerras locales y 3 cuartelazos. El siglo XIX terminó y comenzó el siglo XX con una guerra llamada la Guerra de los Mil Días. Y por último el período de la llamada violencia que produjo más de 300.000 muertos.

La década del 60 comienza con fuertes agresiones del sistema contra zonas campesinas que no cedieron a las pretensiones de dominio de la oligarquía. Desde entonces y hasta ahora la lucha guerrillera ha sido una constante en la lucha política colombiana.

Nosotros creemos que en Colombia, la democracia se consigue en la lucha, en el combate. Para nosotros la política es: el arte de movilizar a las masas, de organizar a las masas, de llamar a las masas al combate, a la lucha por sus reivindicaciones, a la lucha por la unidad de los explotados y los descontentos.

Gran servicio le hacemos a la oligarquía, sobre todo en estos momentos al condenar la lucha armada revolucionaria. Incluso partidos llamados revolucionarios, no han dudado al momento de llamarnos terroristas, agentes del enemigo, etc., poniéndose en franca igualdad con las voces de la oligarquía.

En estos momentos, ningún grupo político que se respete, puede negar la lucha armada como una alternativa de poder; hoy después de un duro batallar es el punto de referencia, de los que quieren realmente solucionar los problemas del pueblo, o de los que quieren seguir explotando, o de los que quieren seguir subsistiendo al amparo de un superdiscurso revolucionario.

Nuestra lucha no ha sido sólo contra la oligarquía, contra el Imperialismo; también ha sido contra una concepción que entiende la lucha como un proceso armónico, sin saltos, sin contratiempos y que cuantifica el desarrollo por la cantidad de frentes guerrilleros o por la cantidad de discusiones teóricas que se elaboren o en la búsqueda de programas geniales.

Nosotros no decimos que nuestra actividad ha sido certera; decimos que en general ha sido certera. A nosotros nos ha tocado la difícil tarea de plantear y replantear la lucha armada como metodología revolucionaria. Hemos ido recogiendo, en base a nuestras fallas, el futuro de nuestro accionar. Esto ha hecho que seamos impulsivos, que seamos ambiciosos, que seamos obsesivos. Esto ha hecho posible que nos transformemos en un movimiento político, en un ejército político que quiere el poder; y que no sólo lo quiere sino que hace lo imposible por conseguirlo, que hace lo imposible por convertirlo en un proyecto del pueblo.

Eso significa que la idea, el programa, nuestros objetivos, se conviertan en la idea, el programa y los objetivos de millones de personas; sólo allí resultará la organización a la que aspiramos. Contamos con una organización eficaz en su práctica, eficiente en sus plantea-mientos, consecuente con sus palabras.

Al M 19 lo han destruido muchas veces; nos han dado golpes certeros; han golpeado nuestro aparato; miles de compañeros han pasado por la cárcel, por la tortura, por la persecución permanente; más de 100 compañeros han perdido la vida luchando por esto que hoy es grande; pero lo que nunca podrá destruir el enemigo es el movimiento político, las ideas políticas, la concepción política. Esto lo hemos hablado muchas veces: el M 19 se ha duplicado, quintuplicado y si renace es gracias a su proyecto político; a que se ha convertido en el proyecto de miles de personas; es querido, asimilado y aceptado por el pueblo.

Para el enemigo también somos su principal preocupación; se nos persigue, se nos insulta, se nos calumnia, se nos distorsiona, se nos tortura, se nos encarcela y se nos asesina: Esto no es signo de preocupación para la organización; al contrario; lo sospechoso sería que nos adularan y nos trataran con consideración. En más de una ocasión hemos jaqueado al Gobierno; en general hemos estado convocando a la lucha y lo hemos logrado. La cuarta parte del ejército ha estado ocupada en acciones de cerco y persecución de nuestras guerrillas en el Caquetá, Putumayo y Huila.

Tres grandes operaciones se practicaron en los meses de enero a julio y la última que comenzó en octubre ha ocupado noviembre, diciembre y enero. Enormes combates se han dado y las bajas se cuentan en cientos. Datos conservadores dan en estos últimos días en 200 el número de bajas del Ejército y la Policía. Nuestra Fuerza Militar ha estado a la altura y ha habido, por lo menos a nivel rural, un convencimiento exacto de su función como fuerza política y como fuerza militar. Se comprobó que el Ejército como estructura tiene que batallar allí donde nosotros decidamos, allí donde las circunstancias nos favorezcan; por eso el Comandante del Ejército tiene que trasladar su puesto de mando a Tres Esquinas, para dirigir directamente las operaciones; la presencia de más de 17.000 (diecisiete mil) soldados expresa la importancia que el enemigo da a la lucha revolucionaria en el sur del país

1. Lo más positivo ha sido la justa combinación de nuestras aspiraciones políticas con el quehacer militar. La amnistía turbayista fue derrotada fundamentalmente por las operaciones militares realizadas en el sur del país, por las acciones urbanas y rurales realizadas en el resto del país y por el amplio movimiento de protesta a nivel nacional de tipo legal.

2. Hemos obligado al Ejército a pelear en el terreno escogido por nosotros, demostrando además que se lucha a nivel militar contra una estructura y no contra una representación geográfica. Nuestro desarrollo lo condicionamos a la eficacia del combate y como producto de él debemos ampliarnos en número y en espacio geográfico, pero tenemos que partir del principio de concentrar nuestras fuerzas humanas y materiales. Concentrar la experiencia y difundirla a nivel de masas. La guerrilla en su etapa inicial, por ser débil, debe luchar por preservar sus fuerzas y aumentarlas hasta lograr el equilibrio con el enemigo. En esas condiciones rigen leyes militares que hay que tratar de cumplir, no podemos ni superar ni quedarnos a la zaga.

3. Hemos logrado superar la etapa de los mandos colectivos y aunque con tropiezos, el mando único ha funcionado, pero no deja de haber inconsecuencia e incomprensión. Hemos logrado superar la etapa del guerrillero andante sin perspectivas, sin plan y sin objetivo diferente al de supervivir. La guerrilla, hemos dicho, es el germen del ejército revolucionario, condición fundamental para la toma del poder.

La guerrilla, de por sí, nunca tiene posibilidad de triunfo a no ser que se transforme en un ejército.

Así que toda nuestra actividad debe estar encaminada hacia ese fin. Logramos ligarnos al movimiento de masas y aunque tímidamente hemos logrado hacer de nuestra causa, la causa de toda la población. Los miembros de la guerrilla deben ser el pueblo. La guerrilla debe ser una guerrilla de masas; así hemos logrado mantener una doble estructura: la regular y la irregular. Una, cada vez más centralizada, disciplinada, más cuidadosa. La otra, encuadra en su zona de trabajo, de vivienda; al frente de las reivindicaciones, de las necesidades del pueblo, combatiendo irregularmente al enemigo.

Si hablamos de un ejército del pueblo, es obligatorio vincular a la guerra al pueblo. Ese es el reto.

Aunque en esta etapa la estructura urbana no ha estado al nivel deseado, ni ha combatido con la audacia e intensidad exigida, es necesario destacar que su sola presencia en las labores políticas de masas ha significado un valioso aporte. La guerrilla urbana ha aportado los cuadros fundamentales para las diversas operaciones de magnitud estratégica de la organización: de ahí su debilitamiento. Más de 200 compañeros han salido a cumplir labores que significan desvinculaciones de sus sitios de trabajo, vivienda y estudio. Decenas de ellos se encuentran hoy detenidos o han muerto heroicamente en combate; la fuerza militar urbana por lo tanto ha demostrado su eficacia, su necesidad y las posibilidades de desarrollo. Su papel en la propaganda armada, en el hostigamiento, en el financiamiento de la organización, en el trabajo político al interior de la clase obrera, barrios y estudiantes, lo convierte en uno de los frentes estratégicos de la organización.

La labor de propaganda, a través del periódico y de radio televisión M 19 ha sido de vital importancia. Ellos han sido los encargados de mantener permanentemente y sin descanso la voz de la organización, durante la actividad o inactividad. Son los únicos órganos que nunca descansan; en las peores condiciones nuestro periódico no ha dejado de circular; al lado de esto no hay declaración o injuria o calumnia que no haya sido respondida por los compañeros responsables. Igualmente, la radio televisión ha cumplido y se ha convertido en tema obligado de la teleaudiencia. Es de destacar que desde su funcionamiento ningún aparato de radio televisión ha podido ser ubicado o detenido por el enemigo. La importancia en el mundo actual en donde la radio y la televisión se convierten en los mecanismos fundamentales de la propaganda, hacen que aspiremos no sólo a ampliar su funcionamiento sino comenzar a transmitir en radio de onda larga, que nos permitirá mayor cobertura y mayor amplitud en el trabajo político. Los esfuerzos de la organización por dotar a la Fuerza Militar con los instrumentos necesarios para enfrentar al enemigo, se han transformado en verdaderas operaciones militares de complejo manejo ya que es poca o ninguna la experiencia que teníamos en ese campo; así poco a poco fueron ingresando un grupo de compañeros que se han ido especializando en las tareas logísticas, no sólo para conseguir el armamento en el mercado negro, sino trasladarlo al país y de allí a los frentes de guerra

Existe también un grupo de compañeros que integran la Comisión Exterior del M 19, encargada de la edición de boletines, información sobre la situación en Colombia, denuncias concretas sobre las violaciones a los derechos humanos, organización de los colombianos en el exterior y ayuda a los asilados y perseguidos políticos. Pero su labor más importante es la de ampliar y desarrollar las relaciones con organizaciones políticas revolucionarias, con partidos democráticos, con gobiernos amigos. Este trabajo va creando las condiciones para nuestro futuro accionar diplomático, convirtiéndose en una tarea estratégica.

Pero todo no puede ser color de rosa: Se han cometido muchas fallas y vamos a nombrar las más importantes.

En el cumplimiento del plan general contra la amnistía turbayista no toda la organización actuó conforme a lo exigido. En primer lugar los jefes de las columnas de Nariño y Chocó, que ni discutieron ni tuvieron en cuenta el significado del momento en que se producía su llegada, desvirtuaron el sentido y el objeto de dichas operaciones, transformándolo en un claro triunfo para el enemigo. Aferrarse al terreno, crear “condiciones políticas” donde no era inmediata-mente posible ni necesario, desvirtuó el sentido de dichas operaciones que iban en primer lugar a reforzar las bases estratégicas, especialmente del sur del país. Este fue un duro revés para la organización, afortunadamente superado en el combate en donde el Frente Sur fue un factor fundamental. No podemos desconocer que los combates librados en el Chocó especialmente y algunos en Nariño, fueron de tal magnitud que el enemigo tuvo que reconocer el inmenso peligro que significaba para la oligarquía dicha acción. No menos importante es la crítica a los cuidados que la organización debe prestar a sus cuadros: La muerte del comandante Elmer Marín y de “La Chiqui”, significó un duro golpe político de la reacción. Esto, unido a la detención de Carlos Toledo y del Comandante Uno, completaba un cuadro de opinión no muy favorable. Sin embargo y aunque haya que repetir, las operaciones del sur, no sólo nivelaron sino, superaron las aspiraciones de victoria del enemigo.

Pese a que hemos definido la actual etapa de desarrollo militar, como una etapa de Defensa Activa, o sea la etapa en que nuestras fuerzas son inferiores y en la que el enemigo domina el país y en la que nuestra línea fundamental es la de preservar y aumentar nuestra fuerza, utilizando la táctica de la sorpresa, de la permanente seguridad para evitar el aniquilamiento y la maniobra para hostigar y aniquilar al enemigo, no dejan de presentarse desviaciones, que es necesario asimilar:

a) La subestimación del enemigo, producto del triunfalismo, de una mala ubicación de las verdaderas capacidades del enemigo y el olvido del momento político militar en que nos encontramos, comenzamos a ver sólo las condiciones que nos favorecen a nosotros, como si la lucha no fuera entre dos fuerzas y lo que es más grave, que nosotros no somos la más fuerte.

Eso nos sucedió cuando el Cantón; esperábamos una respuesta pero no como la que utilizó el enemigo, 30 veces superior a la esperada; en Nariño y Chocó igualmente. Y ahora con la llegada de las armas al Caquetá subestimamos al enemigo y sobreestimamos nuestra fuerza; creíamos que el enemigo no iba a penetrar en la zona, por lo menos en la forma que lo hizo; nos olvidamos del valor estratégico que tenía el armamento y no transformamos ese accionar en la prioridad uno, como era conseguir a cualquier precio su distribución. Esa misma sobreestimación ha llevado a crear ilusiones en la base campesina, sobre la posibilidad inmediata de defender a la población de las incursiones del enemigo; ahora está demostrado que el enemigo puede penetrar cuantas veces quiera, hasta que nosotros hayamos creado las condiciones políticas, militares y de experiencia. Es cierto que el enemigo tuvo cientos de bajas; es cierto que no logró su objetivo; es cierto que las acciones militares reforzaron el proyecto político de la organización; pero no es menos cierto que la caída de más de 200 armas, creó un punto en contra de nuestro proyecto.

b) Dejarnos asustar por el enemigo. En más de una ocasión se ha visto a los compañeros correr sin objetivo, sin dirección y con psicosis persecutoria. Ese es el otro extremo, el de pensar que contra el enemigo no hay nada que hacer sino correr. Se llega a subestimar nuestra fuerza en tal forma, que llegamos a retirarnos sin justificación, dañando los planes, desmoralizando a los compañeros y dándole herramientas al enemigo, que las transforma en política frente a las masas. Por lo general estas retiradas desordenadas, producto del terror y de la sobreestimación del enemigo, conducen a una retirada pasiva, a los famosos campa-mentos, al ocio y a la pérdida del sentido de nuestra lucha. Esto nos conduce a una actitud políticamente derrotista y militarmente a la posibilidad de ser aniquilado.

c) La incomprensión de la acción militar como camino fundamental para la concreción de nuestra política y que se traduce por un lado en la tendencia a ocultar la organización, a ocultar nuestros propósitos, a escondernos en las generalidades de la política o en los falsos criterios unitarios y por otro en la ineficacia militar, en la sustitución de la acción por el verbalismo trasnochado y que por lo general infla sus verdaderas fuerzas, olvidándose que guerrillero que no pelea no tiene derecho a llamarse guerrillero. Fuerza militar que no pelea no puede llamarse Fuerza Militar. Hay oficiales que no representan el cargo; hemos cometido el error de cuantificar el grado de nuestros oficiales; o sea a tal cantidad de guerrilleros supone un teniente, un capitán o un mayor, cuando el criterio debe ser más integral. Ejemplo: un capitán representa un oficial que ha cumplido tantas campañas militares, que tiene tal cantidad de gente, que sostiene tal trabajo político, que ha recuperado determinada cantidad de armamento, etc., pero fundamentalmente y por la etapa en que vivimos, representa o debe representar un nivel de comprensión frente al combate.

No preocuparnos que un teniente dirija 200 hombres si su nivel de combate no es el requerido. Esta tendencia se expresa mayormente en la ciudad, donde la búsqueda de acciones espectaculares de gran calibre, no deja lugar al desarrollo de lo inferior a lo superior, de las pequeñas acciones que nos acercan a las masas y a sus problemas, a la vinculación a la fuerza militar de cientos de colombianos que aspiran a tener un lugar en el M 19. El desarrollo desmesurado del territorio, que nos amplía en el espacio, pero nos debilita en el combate. Seguimos creyendo que lo importante es tener guerrilleros en todas partes y para lograrlo dividimos nuestras fuerzas hasta convertirlas en grupos de agitación, sin ninguna perspectiva de acción militar, ya que en ese accionar, la guerrilla no puede defenderse a sí misma. El desarrollo se va dando en la medida del crecimiento y consolidación de nuestra fuerza, en experiencia, en técnica, en recuperación de armas, en triunfos militares. De ahí sí con experiencia, con fuerza, podremos desarrollar nuestra fuerza militar en los sitios que queramos, pero no antes. El desarrollo hacia nuevas zonas, debe ser producto de la realidad, no del cumplimiento cuantitativo de frentes que a la hora de la verdad no cumplen su función por debilidad militar y debilidad en la concepción.

En vías a resolver éstos, creemos que la fuerza militar regular debe evitar en lo posible cantidades grandes de gente desarmada, nunca superior al 10%; y la incorporación de nuevos combatientes debe ser el producto de la recuperación de armas en el combate. Ya no podemos esperar más armas de afuera; ya llegó el momento de recuperar. Dentro de esa concepción es necesario que cada columna cuente con grupos especiales de hostigamiento, que permitan una retirada ordenada de nuestras fuerzas, después de haber aniquilado al enemigo y recuperado las armas. La Defensa Activa presupone golpear sólo cuando tenemos seguridad del triunfo; primero recuperando pocas armas y después cercando unidades enemigas para golpear en movimiento a sus unidades de refuerzo. En conclusión podemos resumir: la forma político militar de actuar ha sido correcta, pero debemos tener cuidado de caer en los errores del pasado hacia actitudes pasivas, hacia la paralización de la organiza-ción y hacia la pérdida de la mística revolucionaria. Debemos crear hechos nuevos, vincularnos más hacia las masas, dinamizar la lucha armada a incorporar a nuestras filas los mejores hombres del pueblo

Hemos pasado a la etapa de enfrentamiento directo con el ejército, que presupone la liquidación de sus fuerzas para recuperar armas y fortalecer cada vez más nuestras filas. El aumento en calidad y cantidad de las acciones militares conduce políticamente al logro de los siguientes objetivos: Inmediatos: colocar al país en una situación indudable de guerra revolucionaria, dinamizando el proceso y dando un salto de calidad en las acciones. Mediatos: forzar las negociaciones de nuestra propuesta de Paz y tratar de obtener algún punto de nuestro programa mínimo. Máximos: colocar al Gobierno en una situación de colapso, supeditado lógicamente a la transformación de nuestra fuerza guerrillera en Ejército Regular. No podemos supeditar el inicio de esta etapa al hecho de contar o no con mayor apoyo político. Ya tenemos el apoyo necesario para esta etapa. Lo que tenemos que tener claro es que para ganar más masas debemos elevar en cantidad y calidad el nivel de nuestras acciones. Debemos demostrar en los hechos que somos una perspectiva real de éxito. Esto es posible sólo con la obtención de triunfos militares serios. Necesitamos elaborar un plan político militar ambicioso, que no pierda ningún detalle y nos ubique correctamente en el espacio y en el tiempo.

Pasados los últimos acontecimientos, cuestión que ha creado mucha confusión al interior de la organización, es necesario retrotraernos a lo que hemos llamado estrategia de poder de la organización. Debemos mantener nuestra estrategia suficientemente clarificada para no caer en el coyunturalismo, para no caer en las políticas vacías. El M 19 como perspectiva de poder y de Gobierno debe tener una meta clara hacia donde perfila su línea general de acción, su dirección estratégica. Nosotros hemos ido obligando al Gobierno, gracias a nuestras propuestas y a nuestras acciones a tomar medidas concretas en relación con el movimiento guerrillero; nos hemos convertido en el interlocutor obligado; en la fuerza que lógicamente es con la que hay que dialogar. De allí el gran espacio que hemos logrado abrir, gracias a nuestras acciones militares acompañadas de propuestas políticas; de la acción del movimien-to armado en general y de la participación del movimiento popular y democrático del país.

Esta coyuntura como su nombre lo indica, es un momento determinado y tiene que ver con la táctica, con los pasos que vamos dando hacia la consecución de un objetivo a largo plazo. Hoy queremos volver allí, porque si no la lucha se vuelve eso; lo que queríamos era que levantaran el Estado de Sitio, que derogaran el Estatuto de Seguridad, quedando sin banderas políticas, sin banderas de lucha, que aunque siempre lo hemos manifestado, han sobresalido las más inmediatas, dejando lo fundamental a un lado.

Ya ha quedado suficientemente probada la maniobra política que quiere hacer Turbay con el levantamiento del Estado de Sitio; es inteligente y audaz; porque le sale al paso a las pretensiones del Partido Conservador, cuya bandera fundamental o por lo menos la más probable de conseguir es la bandera de la paz. El le ha quitado esa bandera al futuro Presidente e intenta dejar al Partido Liberal como el partido de la esperanza y de la paz; por lo menos eso pretende. La derrota de López, destapa toda la olla podrida; el levantamiento del Estado de Sitio estaba represado para no quitarle esa bandera, la más importante a la campaña de López.

El objetivo estratégico del M 19 es la toma del poder para el pueblo, para lo cual tenemos que concientizar, agrupar, unir a inmensas capas de la población. De allí nuestras tres grandes líneas de acción de tipo estratégico: La unidad, las masas y las armas...

Derribar el poder de la oligarquía implica no sólo tener claro el problema de las armas, el problema de la lucha armada; es también necesario contar con un gran movimiento de las masas, del pueblo de las organizaciones gremiales y políticas que confluyen al cumplimiento de un programa, que sustituya el actual estado de las cosas. Significa convertir al movimiento revolucionario en función de una sola fuerza.

Nosotros caracterizamos al movimiento revolucionario en función de las metas programáticas que nos hemos propuesto y que se resumen en el logro de: Democracia, Justicia Social y Antiimperialismo. En consecuencia no es sólo la clase obrera, el campesinado pobre y medio, los sectores interesados. Es también la clase media urbana y rural; sectores de la burguesía no monopolistas; inmensas capas de intelectuales, religiosos, estudiantes, etc... De allí nuestras responsabilidades no sólo con la izquierda, con la mal llamada izquierda, sino con el movimiento popular que lógicamente no concuerda con todos los hechos, de la llamada izquierda. Nuestra responsabilidad es con todo el pueblo, con todo el movimiento democráti-co, con sus consignas concretas: antiimperialistas, antimonopolistas, antioligárquicas; de libertades democráticas. En ese sentido es como hay que plantear el problema del pueblo, de sus vanguardias, de las personas interesadas en la revolución, el problema central es la gente.

La unidad, significa tener un estilo de trabajo, un estilo en las propuestas, un estilo en las acciones, en una actitud de comprensión de las divergencias; de las cosas que inmediata-mente no unen sino que separan. Es claro que la unidad no se va a dar porque nosotros la queramos. Ya hemos probado la amarga verdad de las inmensas dificultades que existen; no sólo en el movimiento revolucionario marxista leninista y del mal llamado marxista leninista, sino también en el movimiento democrático, inmaduro, disperso, sin voluntad de poder.

La actitud frente a la lucha armada es un factor obligado de controversia; la actitud frente a los procesos electorales igualmente; la lucha por la unidad sindical y las formas de oposición a los actuales regímenes oligárquicos no trata de demostrar nuestra posición y la claridad que pretendamos tener frente a estos puntos. Se trata de ubicarlos correctamente y darle paso concreto a los posibles temas de unidad, a los puntos de convergencia frente al enemigo común.

A nivel programático existen las condiciones para aglutinar dichas fuerzas: la lucha antimonopólica, la lucha por la justicia social, la lucha por las libertades democráticas, la lucha contra el imperialismo, son temas obligados en el permanente trajinar político de oposición y en donde estamos obligados a asumir iguales puntos de vista.

En lo substancial, en lo programático, existe en Colombia objetivamente este movimiento. Millones de colombianos, no sólo comparten sino, están dispuestos a participar para hacerlo realidad.

El repunte obtenido por el Nuevo Liberalismo, con todas las dificultades por las que atravesó ese movimiento, es una prueba de ello. Por otra parte la inmensa simpatía que ha despertado nuestra organización; la expectativa que existe frente a un posible compromiso con el resto de las organizaciones armadas, completa un campo de acción política para el futuro de claras perspectivas de éxito.

El uno es legal, se mueve en el campo de las propuestas, de la lucha parlamentaria y de la movilización de las masas. El otro, en el campo de las propuestas, de la lucha clandestina, de la acción armada. Esta es una realidad; seríamos unilaterales si dijéramos que el movimiento democrático legal está representado únicamente por el Nuevo Liberalismo. Lo que decimos es que el Nuevo Liberalismo se ha concretado, se ha materializado, es una fuerza política joven, dinámica alrededor de la cual se han aglutinado miles de personas. Existen es lógico, otras fuerzas, que por otras razones han sufrido descalabros, sobre todo a nivel electoral. Igualmente hay fuerzas, personalidades que no encuentran asidero en ninguno de estos bloques pero son consecuentes en una lucha común contra la oligarquía.

Ya todos sabemos la situación en que se encuentra el movimiento guerrillero. Potencialmente es la fuerza estratégica más importante con que cuenta el movimiento revolucionario y democrático colombiano. En general las principales organizaciones han mantenido las estructuras y son un reto permanente al sistema; pero el grado de acción militar, el grado de despertar al pueblo a la lucha y al combate, el grado de participación en la política concreta, coyuntural, es desigual y en algunos casos de total apatía. Las concepciones a su interior son disímiles y no se encuentran dos organizaciones que compartan el mismo techo. Aunque públicamente no se debaten en general estas contradicciones, es un paso ya muy importante. Pero subterráneo existe todo un vocabulario antiunitario, pesimista y sin perspectivas concretas. Guerrilleros, en Colombia, se encuentran en todos los lugares, en todos los parajes, en todas las ciudades grandes y pequeñas. Datos conservadores calculan en más de cuatro mil (4.000) el número de guerrilleros en armas y 10.000 más que estarían en perspectivas de tomarlas y que participan activamente en labores logísticas y de apoyo en general.

Militarmente el Ejército colombiano no ha podido destruirlos. Tampoco militarmente la guerrilla ha podido convertirse en una alternativa frente al Ejército, columna vertebral que sostiene todo el proyecto político de la oligarquía.

Es sintomática la actitud del movimiento guerrillero frente al actual Gobierno turbayista. No ha habido una mejor coyuntura para el desarrollo del movimiento guerrillero que ésta; todas su fuerzas se pusieron en tensión; a nuestra organización le tocó mantener un activismo militar que demostró las inmensas posibilidades con que cuenta, ya no sólo nuestra organización sino todo el movimiento guerrillero en su conjunto. Las fallas políticas y militares que nosotros podamos haber tenido, lo que hacen es reafirmar la importancia estratégica que tiene el movimiento guerrillero.

Todos conocemos también el grado de sectarismo y dogmatismo que influye a la guerrilla; pero nosotros no podemos perder de vista, que en este país será necesario tarde o temprano La Unidad de las Organizaciones Armadas. Esto no será un proceso fácil como nosotros infantilmente lo buscábamos; será un duro proceso, en donde definitivamente lo que creará nuevas condiciones será la dinámica que se le dé a la lucha, el ejemplo que se le imponga y la actitud que atraiga y disponga.

La unidad también tiene relación con el movimiento político cristiano. Con los sectores cristianos de este país que han venido demostrando un gran espíritu de lucha, una altísima conciencia política y un gran deseo de entregarse a la lucha por el pueblo. Camilo Torres con su ejemplo y con su doctrina, abrió el campo de la religión que secularmente había estado aliado a los sectores reaccionarios y retrógrados. La Iglesia no dejó por eso de ser uno de los principales sostenes del actual estado de cosas. Pero surgió la Iglesia de los pobres; la religión al servicio de los ricos deja de ser hegemónica para dar paso a la insurgencia y al apostolado revolucionario que integra la lucha por los intereses inmediatos de las masas a una actitud religiosa activa en contra de los opresores. El mito, utilizado ampliamente por la oligarquía, de que revolución es igual a ateísmo y comunismo, quedó derrotado.

Igualmente el sector de los militares, que tímidamente se acercan a la revolución, progresistas o no, de todos modos no nos enredamos con los apelativos, son aquéllos que están dispuestos por diferentes motivos y en ciertas condiciones a ayudar y colaborar con la revolución y en algunos casos y como consecuencia de la actividad militar a plantear la posibilidad de incorporarse a la lucha. Hasta ahora los militares que se han mostrado más activos son los retirados del servicio y esto es natural. De todos modos han pasado por la experiencia del servicio militar, de su participación como gendarmes de la política de la oligarquía de inmenso desprestigio, de las constantes frustraciones de los programas oficiales, en fin de la participación de las Fuerzas Militares al lado de las ambiciones del imperialismo norteamericano. Esto hace que tengan una justa posición de rebeldía, no importa que su eficacia política al interior del Ejército tenga la misma importancia. De todos modos deja constancia de que el Ejército no está por fuera de las ideas revolucionarias y de su influencia. Otra cosa es nuestra posición frente al Ejército y el trabajo que a su interior hemos realizado, que es bastante deficiente. Hemos ido ganando, es cierto, ganando un espacio importante dentro de las Fuerzas Militares; se asciende o desciende según la eficacia de nuestro accionar, según la justeza de nuestros planteamientos.

La verdad es que no hemos sabido manejar con la suficiente claridad estos logros políticos. A veces es una actitud ciertamente sectaria, pues pretendemos que estos sectores, permanen-temente monopolizados por la oligarquía, estén completamente de acuerdo con nuestros proyectos y nuestros planes y nos desmoralizamos frente a actitudes que toman. Grabarnos la consigna de que alianza es igual a negociación, es de suprema importancia. Y no sólo a nivel de las convergencias reales que han existido con cierto grupo de generales y coroneles. Esta es una política nacional que debe ser reproducida con el cabo del puesto; con el sargento de determinada guarnición; con el teniente o el capitán a quien le irrita o le molesta el solo hecho de tener que golpear al campesino. No veamos, porque sería terrible error, a las Fuerzas Armadas como una mole de granito; allí hay seres humanos; allí hay gente del pueblo. Ellos saben que las cosas que nosotros decimos son ciertas, aunque no entiendan nuestros métodos; sin hacernos ilusiones, debemos combatir por atraer sectores de las Fuerzas Militares a la lucha del pueblo. Esto significa tener una actitud frente a los detenidos, frente a los heridos, frente a las fuerzas que se sumen a nuestro proyecto.

Proponemos que esta reunión apruebe un Reglamento de Ética Militar, de normas frente a las Fuerzas Armadas, que prohíba los fusilamientos, los malos tratos y las venganzas sin contenido político contra elementos de las Fuerzas Armadas. Igualmente normas de comportamiento frente a los militares que son acusados de ser abanderados de la tortura y el asesinato; o sea que nuestra actividad militar frente a ellos, quede suficientemente aclarada para evitar excesos o gracia.

La segunda gran línea de acción y que está íntimamente ligada al proceso de unidad, son Las Masas. Ya es suficientemente conocido que la revolución sin las masas es un contrasentido. Las grandes transformaciones sociales, económicas, políticas y militares a que debe abocarse una revolución, son de tanta trascendencia, que es imposible pensar en su concreción sin la participación de millones de personas; y es todavía más difícil, porque no se trata solamente de estar de acuerdo con la revolución, se trata de hacer la revolución; de construir un proceso insurgente; de organizar un movimiento de tales características, que primeramente doblegue al enemigo e inmediatamente asuma las tareas de construcción de la nueva sociedad. Decir que nosotros representamos a las masas, al pueblo, a los desposeí-dos, es una verdad a medias. Los procesos históricos que ha vivido la humanidad, nos dan la razón de nuestras esperanzas. Las ideas victoriosas de otras revoluciones y la lucha que han enfrentado los pueblos americanos y el nuestro propio, nos lo confirman. Quedarnos en el plano de los poseedores de la verdad pero sin el pueblo, no es más que un cretinismo político. En repetidas ocasiones nos hemos sentido realmente representando esos intereses, realmente apoyados por el pueblo y lo que es más importante, parte del pueblo.

Pero no dejan de aparecer los criterios e ideas, falsas ideas, que nos separan de lo esencial de nuestra lucha, se pierde el sentido de la lucha, se pierde la esperanza del triunfo. Hemos insistido en la necesidad de darle al pueblo la posibilidad de participar en la lucha; mirar siempre hacia afuera, más hacia afuera que hacia adentro. Las vanguardias serán siempre necesarias; la organización partidaria será uno de los factores claves para el triunfo, pero nunca podrá asumir la responsabilidad y el papel de las masas. La vanguardia, por su claridad o aparente claridad, no puede reemplazar a las masas. Su papel no es sólo el de llevar las ideas, el de agitar las ideas, el de aclarar las ideas; es ante todo el de hacer realidad esas ideas y convertirlas en fuerza material, en lucha, en combate.

Hemos cumplido parte de esta función; ya no es posible seguir en el plano sólo de las declaraciones; es necesario pasar a una nueva etapa en que todo el complejo de actividades nuestras se ponga al servicio del pueblo. Esta reunión debe reelaborar lo que hemos llamado la línea de masas. Debemos aclarar en primer lugar el tipo de organización que necesitamos para el período, pensando fundamentalmente en la eficacia de esta organización para convertir nuestra teoría en realidad; que cuando hablemos de pueblo sean cientos de miles de personas; que cuando digamos que las masas piensan de tal manera sea realmente el sentimiento de millones de personas y no el sentir de un grupito de intelectuales trasnocha-dos. Esta concepción de la organización y de las masas se hace mucho más difícil si la relacionamos con las formas de lucha de nuestro país y en nuestro caso está determinado por un accionar clandestino, que nos limita tremendamente. Pero nosotros hemos asumido esa responsabilidad y la seguiremos asumiendo. Tenemos que hacer un tremendo esfuerzo para entender la multiplicidad de formas que asume el accionar de las masas. El común denominador es la lucha por sus intereses inmediatos, unidos a los factores que van conduciendo al pueblo a una elevación de su nivel de conciencia y su nivel de compromiso

A las masas no las podemos engañar; a las masas tenemos que educarlas en la idea de que su definitiva liberación sólo se producirá cuando el poder se encuentre en sus manos. Pero tampoco podemos caer en la exposición fría de los planteamientos estratégicos, sin una sólida práctica de consecución de objetivos inmediatos, ni tampoco pretender que el pueblo en general va a alcanzar o que es necesario que alcance un gran nivel ideológico para participar en la revolución. Esa multiplicidad de formas de lucha, exige multiplicidad de organizaciones, de frentes de lucha; exige comités revolucionarios que vayan elevando la rebeldía y combatividad de las masas; toda esa política debe irse enrumbando hacia objetivos únicos, hacia caminos únicos, hacia una práctica única. Allí es donde el programa democráti-co, popular y revolucionario juega un papel fundamental. Allí es donde la política de Unidad entra a jugar su principal función. Allí es donde nuestra concepción político militar actúa como aglutinante, como activante, como organizador hacia la consolidación y ampliación del proyecto de toma del poder.

Aprendamos además a delimitar los procesos, a saber dónde están las prioridades y dónde los movimientos secundarios; sólo de las masas saldrán los combatientes; solo de las masas saldrán los generales; sólo de las masas saldrán las soluciones a la insuficiencia del aparato; aprendamos que a nivel sindical, a nivel campesino, a nivel estudiantil, deben surgir organizaciones de las masas diferenciadas, pero íntimamente ligadas, de la actividad política; el nivel de organización de las masas por sus intereses, es un nivel donde se concretiza la política de unidad de la organización; es un nivel donde debe participar todo el pueblo, por las cosas inmediatas, por el pan, por el trabajo, por la salud, por salarios. Pero debe existir un nivel intermedio donde la actividad de estos sectores se agrupe por reivindicaciones más generales, como es la solidaridad con los obreros en conflicto, como es la lucha por la defensa de los derechos humanos, por las libertades democráticas, contra el alza del transporte, etc. Verdaderos comités donde participe todo el mundo que esté contra el sistema y en contra de las injusticias. Allí es donde debemos vivir, allí es donde debemos combatir pero no nosotros: las masas, el pueblo. Aquí es donde aparece la tercera línea de acción estratégica:

Nada gana el pueblo luchando, combatiendo, muriéndose, si estos esfuerzos no están dirigidos al logro de un objetivo general que tiene que ser la toma del poder y la instauración de un Gobierno democrático, popular y revolucionario. Nuestros comandos OPM; nuestros Comandos de Lucha Local; las diversas unidades de la Fuerza Militar (FM) deben tener muy claro que para llegar al poder, debemos ir generando ese poder, creando ese poder, aspirando a ese poder. Debemos recoger las experiencias de cuando recién iniciamos el trabajo de construcción de la OPM. Esa fue una buena experiencia, sobre todo por lo que significó al interior del movimiento de masas. Debemos volver al criterio de las operaciones militares a nivel del sentir del pueblo, a nivel de las reivindicaciones más sentidas de las masas. El accionar de los últimos años aunque ha sido de gran importancia, no nos debe alejar de las cuestiones aparentemente rutinarias o sin importancia; debemos impulsar la reunión de las masas y su participación en las luchas cotidianas, reivindicativas, intrascen-dentes, aparentemente sin importancia en las luchas armadas generales.

Somos conscientes que no va a ser tan fácil superar una serie de vicios, que van desde los compañeros que sin vocación de lucha abandonan el trabajo de masas con diez mil excusas, para “no ser golpeados”, o los que sin tener en cuenta la realidad del movimiento sindical, obrero campesino, lo llevan a actos aventureros. Esto hace, en primer lugar, que tengamos que fortalecer las direcciones OPM con cuadros no solamente activos sino con experiencia, para mantener nuestra presencia, para fortalecer el movimiento de masas y para colocarnos en un nivel de lucha que active y se desarrolle. Las masas entenderán la eficacia e importancia de la organización sólo cuando quede demostrado en la lucha revolucionaria y cuando comprendan que es el mejor medio para movilizar sus fuerzas y contribuyan a su lucha en el más alto grado. Estamos en un momento político de mucha trascendencia. La oligarquía ha tomado la iniciativa en muchos aspectos; ha creado una verdadera expectativa frente al futuro y el pueblo está pendiente. Aunque hemos sufrido duros golpes, aunque nuestra influencia y simpatía ha decaído por la falta de acciones político militares, la verdad es que las condiciones generales que justifican nuestra lucha se mantienen vigentes y aun su tendencia general, como es la miseria del pueblo y la falta de libertades políticas y gremiales, se mantiene. Sólo manteniendo una lucha política, económica y militar por la democracia, lucha en la que seguramente nos acompañarán sectores burgueses, podremos llegar al estrato anterior y superarlo. Debemos confiar ciegamente en el poder, en la iniciativa e inteligencia de nuestro pueblo. Ello ha sido demostrado en infinitas ocasiones. Cuando todo lo creíamos perdido era el pueblo el que nos ofrecía las salidas, era el pueblo el que nos empujaba y era el pueblo el que nos llevaba las mejores esperanzas.

En ocasiones el exceso de confianza en la Fuerza Militar y la falta de confianza en las masas populares nos han traído mayores desgracias, porque nos separan del pueblo, nos colocan como elementos por encima del pueblo, despreciamos los consejos de las bases y termina-mos aislados, sometidos al constante movimiento, a la apertura de nuevas zonas de trabajo político, no porque hayamos avanzado sino porque por circunstancias políticas de abandono de las masas, de aislamiento del movimiento, tenemos que desocupar el amarradero en una franca posición oportunista. Es un deber, es una necesidad regresar a los sitios de trabajo político abandonados. Debemos afrontar junto con las masas los rigores de la represión; sólo allí se forjará el nivel necesario para que el pueblo afronte la revolución y el nivel necesario para contar con combatientes decididos a las peores tareas.

A esa mentalidad oportunista de utilizar al pueblo y no hacerlo partícipe debemos darle todo el tratamiento necesario para su superación. Creemos que las masas deben ayudarnos a nosotros, cuando es todo lo contrario. Llegamos a las masas, especialmente en el campo con el criterio del judío errante, sin dejar bases, sin dejar organización; en el mejor de los casos cumplimos con el deber de echarle un carretazo o como dicen los guerrilleros “echar política”.

Pedimos la sal, la panela, las gallinas, un puerquito, comemos y con toda seguridad pagamos y seguimos adelante, creyendo que hemos dejado una base absolutamente a nuestro favor. Las masas por otro lado quedan apenas iniciadas, con miles de dudas y esperanzas. Se expresa igualmente y como tendencia a ampliar nuestra influencia política, no por medio de una labor constante, tenaz, para la creación de los Comandos de Lucha Local, para la creación de los comandos OPM, para la organización de cooperativas y juntas de acción comunal, o sea el establecimiento del poder de las masas, sino por la simple presencia del hombre armado que produce simpatía, respeto o miedo. Entonces se renuncia a luchar duramente al lado de las masas y las utilizamos para nuestros mezquinos intereses. De allí se desprenden cientos de errores que en otras épocas hemos tenido oportunidad de analizar, pero en concreto es una línea oportunista que no genera poder y le da todas las ventajas al enemigo. En muchas ocasiones hemos opinado que las acciones militares han sido uno de los factores más importantes para acercarnos a las masas, ya que nos convertimos en su esperanza real de liberación. Hemos hablado que en el campo fuimos ganando fuerza en el control político de zonas; ahora marcharemos hacia el control político militar. Esto exige toda una estructuración política, toda una educación política, toda una movilización de masas en defensa de sus intereses o sea y en conclusión necesitamos una organización político militar que asuma la dirección del accionar de las masas.

Las armas, tienen un significado estratégico cardinal; no se trata de cualquier empresa, se trata nada menos que del enfrentamiento, y eso debe ser muy claro, con la columna vertebral del sistema oligárquico que es el Ejército.

Fijémonos en un ser humano: ¿cuál es su columna vertebral? Qué sucede cuando ella es golpeada? ¿Qué sucede cuando ella es quebrada?, sencillamente que todo el aparato del ser humano se paraliza. Así sucede más o menos en la sociedad. La oligarquía sustenta su explotación, su consolidación y desarrollo en base al sostén militar que la protege. Sin este aparato militar la oligarquía no viviría un minuto; así vemos cómo el aparato militar se encarga de toda la represión contra el pueblo, no del pueblo en abstracto sino del pueblo en lucha. Entonces vigilan los intereses de los ricos, sus casas, los edificios de los ricos, sus empresas, sus clubes, en fin, todo el Estado que cumple la función de explotación de esa oligarquía. Todo acto de rebeldía es aplastado; toda voz de rebeldía es acallada, torturada y aun asesinada. De allí que los que aspiran a derribar la oligarquía sin destruir la capacidad de combate de las Fuerzas Armadas, están llamados al fracaso. Nosotros por el contrario decimos que para el logro de los objetivos estratégicos o sea la toma del poder, es necesario, inevitable, destruir esas fuerzas que sirven de sostén a esas oligarquía

Es necesario crear una fuerza militar del pueblo, que no sólo se oponga sino que esté en capacidad de liquidar las fuerzas del enemigo. Esta es una verdad imposible de eludir; lo otro sería convivir con la oligarquía. Si no estamos en capacidad de construir ese ejército, si no estamos en capacidad de enfrentar dicho reto, nos veremos obligados a cambiar de forma de acción, a aceptar las reglas de juego del enemigo y esperar un momento propicio.

De allí que para nosotros la lucha armada tal como la hemos planteado no sea la solución coyuntural de los problemas del pueblo. La lucha armada y su triunfo es la solución definitiva de los problemas esenciales del pueblo.
En la solución de esta contradicción entre pueblo y oligarquía, nos enfrentaremos a cientos de condiciones en que tendremos que saber con mucha ingeniosidad afrontarlas, utilizando las tácticas apropiadas. Estos últimos cuatro años han servido para esclarecernos estas ideas; hemos estado enfrentados al Ejército, no porque hayamos querido sino, porque es un enfrentamiento inevitable; porque no asumirlo sería crear una mentalidad, frente a las arremetidas de la oligarquía, de sumisión y de cobardía; ellos quieren liquidar las ansias de libertad y de justicia de nuestro pueblo; nosotros los abanderados, junto las otras organiza-ciones guerrilleras, del sentido más alto de la resistencia.

Ya el proceso ha echado a andar, no podemos quedarnos en la mitad del camino; ya hemos demostrado hasta la saciedad nuestras intenciones y las del enemigo; ahora toca profundizar el proceso y esto sólo se logra en la medida que seamos más eficaces militarmente. Así, decíamos, en estos cuatro años ha quedado plenamente demostrado cuál es el enemigo central, contra el cual no podemos solo hacer manifiestos y proclamas; es necesario enfrentar la fuerza a la fuerza, hasta que uno de los dos desaparezca; no podemos eludir ese combate.
Algunos compañeros piensan que hay que esperar un golpe militar revolucionario; otros piensan que hay que esperar el surgimiento de un sector de militares revolucionarios que harían más fácil el acceso; éstas, creemos son ilusiones que en el fondo lo que quieren es no asumir la responsabilidad de crear un ejército de los pobres.

Nuestro enemigo claro, son las Fuerzas Militares; golpeando al Ejército estamos destruyendo las bases de la oligarquía y de esa forma nos transformamos en la fuerza más importante para el logro de la revolución. De allí que los elementos de la Unidad y de las Masas tengan especial significación, porque para derrotar ese Ejército debemos hacer converger todo el pueblo; porque para destruir todo ese aparato debemos movilizar todas las fuerzas del pueblo y porque en fin, la principal fuerza de ese ejército revolucionario debe ser el pueblo. No es cualquier ejército, es el ejército de los pobres, es el ejército del pueblo.
Destruir el Ejército no significa matar todo el Ejército; destruir el Ejército significa quitarle su voluntad de combate.

Las tropas de operaciones, se constituyen entonces en la fuerza más importante del Ejército, de cualquier Ejército. Estas tropas de operaciones que hemos visto combatir contra nosotros, en las zonas guerrilleras y en las ciudades no es todo el Ejército, es la tercera parte del Ejército. Esa es la fuerza fundamental contra la cual debemos dar la batalla y destruirla; hasta que no lo logremos será imposible destruir la voluntad de lucha del Ejército en general.

Es necesario que veamos este proceso de lucha, como lo que es, como un proceso en movimiento, en desarrollo. De allí que las Fuerzas Armadas se estén rearmando, se estén tecnificando, se estén fortaleciendo. La compra de nuevas armas no es sino el proceso de hundimiento, porque esas nuevas armas traerán nuevas complicaciones económicas al país y el principal afectado será el pueblo. Para nosotros es el proceso inevitable; es la dinámica que va tomando la lucha armada en el país. Y no esperemos que esa tropa de operaciones se reduzca sino por el contrario que aumente.

Algunos compañeros plantean que hay que ocupar espacios geográficos y políticos en todo el país, para de esta forma pelear con el enemigo en varios frentes y no permitir que se concentren y nos liquiden. O sea crear frentes guerrilleros en todo el extenso territorio nacional. Esto es una verdad: entre más frentes de resistencia tenga el Ejército, mayores serán sus dificultades. Pero ¿qué sucede en la realidad?: que esos frentes guerrilleros se han creado más con la mentalidad de hacer política que con la intención de enfrentar y destruir al Ejército. Lo que estos compañeros proponen, ya en la práctica está creado; existen en el país según el Ejército, cinco zonas rojas, donde se presupone que existen guerrillas. Las FARC dicen tener 17 frentes; el ELN 3 frentes; el EPL 2 frentes; el M 19 tiene un frente guerrillero; más o menos concuerda con el número del Ejército. Si la fundamentación de estos frentes guerrilleros fuera combatir al Ejército, tendríamos en el país 25 frentes de guerra, que actuando implicaría tener prácticamente derrotado al Ejército; tendríamos en el país 25 Caquetás; pero en la realidad no es así; nosotros creemos que el Ejército ha logrado controlar esos frentes y no son un peligro inmediato para el sistema; no se trata de que existan o no; se trata de preguntar para qué existen, con qué concepción, cuál es su objetivo.
El M 19 sostiene que estamos en lucha contra una estructura que es el Ejército colombiano; esa estructura combatirá donde nosotros le demos la pelea y no cualquier tipo de pelea. El Ejército está curado en salud de los pequeños grupos guerrilleros, que golpean y desapare-cen y vuelven a aparecer a los seis meses; pareciera que el enemigo los hubiera asimilado como parte de la institución; así no somos enemigos; así no hacemos lucha revolucionaria; así nunca seremos esperanza de triunfo para el pueblo.

Hemos definido que tenemos que destruir la columna vertebral de la oligarquía que es el Ejército, para lo cual debemos crear otro ejército que se le enfrente y lo destruya. Ese ejército debe ser un ejército de los pobres. Un ejército popular; por lo tanto la guerra que desarrolle-mos es una guerra del pueblo que debe lograr el poder e instaurar un Gobierno democrático, popular y revolucionario. Desatado el proceso de guerra, debemos mantener acosado al enemigo, con una permanente ofensiva, que en la primera etapa será guerrillera y se transformará en guerra de movimiento en la medida en que liquidemos sus tropas y reforcemos las nuestras. Este proceso ofensivo nos llevará como consecuencia de la adquisición de experiencia, moral, armas y nuevos combatientes, a abrir nuevos frentes guerrilleros.

Las fuerzas regulares guerrilleras, estarán ayudadas en el logro de los objetivos, por los Comandos de Lucha Local, donde participan en operaciones fundamentalmente de hostigamiento, además por el movimiento de masas de todo el país. Este proceso sólo será posible utilizando nuestra propia fuerza, nuestro material técnico, nuestra experiencia, nuestra moral, en un bloque de acero que cae sobre el enemigo con toda su fuerza.

La concentración de tropas nos permite aniquilar al enemigo; la descentralización significa hostigar y por lo tanto pérdida de material, municiones, hombres, en fin pérdida de moral.

El hecho de dar combates concentrando todas nuestras fuerzas, no significa dar combates en los cuales no estamos seguros que vamos a ganar. Allí depende de la inteligencia de los mandos para lograr un buen apoyo de la población, un conocimiento exacto del terreno y una información concreta sobre el enemigo. Siempre debemos ubicar al enemigo en desventaja para lo cual debemos maniobrar, disponiendo de tal forma nuestras fuerzas para utilizar la sorpresa, la táctica de la emboscada, los golpes de mano, distracción, provocación, etc.

Para poder llevar adelante un plan militar se necesita que los mandos estén de acuerdo en la política general de la organización, en los objetivos militares que se buscan, en la ubicación correcta de la experiencia, en el estilo de trabajo con las masas y en la correcta aplicación de la táctica militar. La unidad del mando es fundamental en la aplicación del mando único. En todas las operaciones militares siempre debe haber un mando único, que no debe transfor-marse, lógicamente, en un mando solo; allí la acertada combinación de los Estados Mayores como asesores del mando único. Para poder conservar las fuerzas y realizar operaciones sin ser destruido necesitamos contar con las medidas de seguridad que garanticen que nuestros planes, acciones, movimientos, no sean conocidos por el enemigo.

Es necesario conservar el secreto y educar a las masas en este principio; nadie debe saber más de lo necesario para realizar su trabajo; la clandestinidad es el principal medio de protección. El apoyo popular y la protección que las masas nos dan es el segundo aspecto más importante para la conservación del poder de combate. Al enemigo tenemos que caerle en el sitio y en el momento que nos convenga; atacar al enemigo en condiciones de superioridad para nosotros; no atacarlo nunca en sus fortificaciones, a menos que sea para atraer nuevas fuerzas de refuerzo que nosotros podamos atacar y aniquilar en movimiento. El enemigo es débil cuando se mueve, es fuerte cuando se fortifica. La sorpresa entonces es uno de los grandes factores a favor nuestro.

Elaborar los planes y las órdenes de manera sencilla, clara y concreta; los planes y las órdenes deben repetirse varias veces hasta que estemos seguros de que han sido compren-didos. Estos son principios generales de la guerra que no podemos eludir. Ahora, esta definición de que el Ejército no es un espacio, de que el Ejército es una estructura de que se sostiene por sus tropas de operaciones, y que esas tropas de operaciones si logramos derrotarlas, se gana la guerra, determinan que lo importante no es cubrir un territorio.

Debemos ubicar un escenario de la lucha donde nosotros tengamos todas las ventajas, como es el apoyo de la población, el conocimiento del terreno y una sólida base logística; eso es lo que nosotros hemos venido tratando de hacer a partir de enero del 81 cuando iniciamos operaciones en Curillo. No es que lo tuviéramos claramente definido; allí lo que nosotros hemos dicho es que es necesario concentrar esfuerzos, concentrar nuestros mejores cuadros y nuestras mejores armas. Lo hemos ido logrando poco a poco, aunque hay un evidente retroceso pese a los grandes éxitos logrados. Las operaciones militares de septiembre a diciembre del Ejército contra nuestras fuerzas, demostró las desventajas de tener disgrega-das estas fuerzas, además de que se demostró la falta de unidad de doctrina militar.

Posteriormente hicimos todo lo contrario y violamos la mayoría de los principios militares. Habrá que analizar miles de factores; hemos logrado grandes victorias políticas y militares; sin embargo después de más de un año de lucha armada, pareciera que volviéramos al principio o sea a los errores que han acompañado al movimiento armado; pareciera que no quisiéra-mos dar el paso central; pareciera que no quisiéramos asumir una responsabilidad histórica de mayor ambición. El hecho de que nuestras tropas estén regadas en un espacio de más de 100 mil kilómetros. cuadrados, es la prueba más clara. Esa tendencia a dispersar nuestras fuerzas, esa tendencia a no mantener la iniciativa, esa tendencia nuestra a no estar pendiente de los detalles de la lucha revolucionaria, sino que más bien vivimos en función de mantener la guerrilla y no en desarrollarla. Eso, compañeros, estratégicamente, es la pérdida de la fe y la esperanza en el triunfo y en concreto darle paso a las tendencias derrotistas que plantean la inutilidad de la lucha armada, la imposibilidad del triunfo revolucionario. En el aspecto táctico significa la pérdida de la credibilidad de las masas en el proyecto político del M 19, en la pérdida de confianza de nuestros propios compañeros, en la desmoralización, en el desánimo, en las pequeñas peleas internas, en fin en la pérdida de confianza en la organiza-ción.

En los anteriores principios veíamos la importancia de no atacar al enemigo en sus posiciones donde es fuerte, y más bien atacarlo en movimiento donde es débil. Esto se debe convertir en un principio táctico de la práctica operacional nuestra. Las experiencias abundan; los compañeros tendrán que hacer una evaluación muy clara sobre estos principios, para ver qué nos dicen y su confrontación con la práctica.

Esta discusión la hicimos antes de Curillo; después de Curillo hicimos otra discusión y así antes de Mocoa; la seguimos después de Mocoa y se mantienen los mismos errores; seguimos atacando posiciones enemigas con gran desgaste de parque y hombres. Ya es hora de que nos acostumbremos a que para atacar esas posiciones necesitamos bazucas, morteros, cañones, gran cantidad de hombres para el desgaste y abundante munición. Casi siempre hemos salido perdiendo de estos ataques, casi nunca se recupera armamento. Esto significa que nuestros golpes centrales deben dirigirse a las tropas en movimiento aniquilán-dolas y recuperando el armamento; lo que quisimos hacer en Curillo; éste no era el objetivo central; era el objetivo de distracción para que el Ejército viniera a reforzar sus tropas y poder atacarlas en movimiento.

En Mocoa también, pero allí el objetivo era más político que otra cosa, era un momento muy especial. Las operaciones que hicimos en julio estaban encaminadas a dar golpes de distracción para atraerlos y destruirlos. De lo anterior se desprende como línea táctica básica: el cerco y sitio de las posiciones, como modo de atraer refuerzos del enemigo y golpearlos en movimiento. No importa que ellos vengan de dentro hacia afuera, como de fuera hacia adentro, es la única justificación que se tiene en chequear una posición.

Desarrollar el arte de atraer al enemigo a las posiciones ventajosas para la guerrilla o sea a la emboscada para aniquilarlo y recuperar armamento es el reto. Atacar al enemigo por medio de la provocación constante y siempre variada, seleccionando para ello objetivos que obliguen al movimiento es nuestra obligación. Objetivos que inicialmente hacían desplazar al enemigo, dejaron de atraer su atención. La guerrilla no ha desarrollado el arte de la emboscada, el arte de la provocación. Siempre lo hacemos en la misma forma, entonces no van a la trampa; se necesita la imaginación: hoy será el asedio de un puesto; mañana será el simple hecho de tomarse un bando manteniendo grandes fuerzas emboscadas; otra vez será el secuestro de un hacendado, después será el paso de una carretera, etc. Siempre cambiando para que caigan en la trampa. Seguramente con el desarrollo de la guerra, estos objetivos que provocaban antes movimiento, dejarán de producirlo. Cuando el enemigo deje de moverse, cosa bastante difícil, porque siempre que tenga un puesto con una tropa cercada, su obligación será ayudarla, nuestros objetivos cambiarán; también significará que nuestras zonas han aumentado como consecuencia del accionar militar y los combates serán más regulares. Lo importante de la crítica a los compañeros que piensan que debemos estar en todas partes, es aclararles el principio general de que hay que evitar ser débiles en muchas partes y fuertes en ninguna. Este principio implica la concentración de fuerzas, la movilidad de la guerrilla y la determinación de un teatro de operaciones.

Ser fuertes en una parte, ojalá en dos o tres, significa una serie de ventajas en vías de lograr el triunfo. Debemos concentrar nuestros mejores cuadros militares, donde como consecuen-cia se concentra la mejor experiencia y la mejor moral; debemos concentrar nuestras mejores armas.

Muchos compañeros piensan que si abandonamos zonas campesinas vamos a perder espacios políticos. Resolvamos este problema buscando nuevas formas de organización que mantengan nuestra presencia; pero nosotros tenemos que concentrar nuestras mejores armas en un solo sitio y de esta manera tener mayor capacidad de aniquilamiento. El sentido de la concentración, unido al criterio de la movilidad evita que al agruparnos perdamos terreno o que al ganar terreno perdamos fuerza. Sólo con fuerza es posible lograr triunfos militares. Si no aniquilamos al enemigo y recuperamos armas, será imposible desarrollar la Fuerza Militar y por lo tanto el proyecto político. Nosotros hemos perdido más armas de las que hemos recuperado; hay una actitud que es política y militar de la guerrilla: la de no recuperar armamento. Creemos que lo fundamental es causarle bajas al enemigo y esto en lo esencial no es cierto; el enemigo puede recuperar sus bajas con relativa facilidad; la guerra se gana en la medida en que nosotros tengamos mayor fuerza, mayores contingentes guerrilleros con gran experiencia y gran valentía. No se trata de un soldado muerto; se trata de cuántas armas recuperamos: cada arma recuperada significa un nuevo soldado de la revolución. De allí se derivan cuestiones de gran contenido político; porque atacamos con fuerza arrolladora, con todo nuestro potencial; pero una vez aniquilada o rendida la tropa enemiga, nos convertimos en ayuda del caído, recuperando el armamento, lo ayudamos, lo curamos, le explicamos; nada de humillaciones, nada de vejaciones, nada de insultos. Y como consecuencia de nuestra concepción lo soltamos, porque no nos interesan los hombres muertos. Necesitamos armas. Otra cosa es el que no se rinde, pero ése es otro problema. Es urgente que se riegue dentro de la tropa enemiga el respeto y consideración que se tiene por el que se rinde. Esa será para el futuro nuestra principal arma: la fuerza moral de la guerrilla.

Por eso es fundamental tener normas de conducta y sancionar con fuerza su violación; porque la violación significa el deterioro de nuestra política; es lo que se llama la Etica Militar Revolucionaria, que significa respetar los derechos del enemigo. Liberar a los soldados detenidos después de un buen trato y de una explicación de nuestros objetivos, es liberar la voz del ejemplo, la voz de la verdad.

Nosotros no necesitamos prisioneros a menos que sean oficiales y aun así, a esos oficiales hay que darles toda la atención y respeto que merece un ser humano. Eso implica que nosotros no podemos andar fusilando al que nos dé la gana. Sólo en casos extremos y cuando se demuestre que el individuo es un torturador, violador y asesino. De lo contrario la guerrilla debe tener una actitud política frente al enemigo. Repetimos: somos implacables durante el combate, lo que cae sobre el enemigo es todo el odio concentrado contra la oligarquía. Inmediatamente se compruebe que el enemigo está sin facultades morales para resistir, nosotros nos convertimos en generosos. No actuar en esta forma, es crear las condiciones para que el enemigo en el combate luche hasta morir. Cambiemos las cosas. Ellos, el Ejército, guerrillero que coge lo tortura y lo mata. ¿Somos nosotros iguales a ellos?

Cuál es la diferencia entonces entre un guerrillero y un oficial o un soldado del Ejército burgués, si no es su voluntad de triunfo, su voluntad de ayuda al desposeído, su fuerza moral revolucionaria, que le impide mantener odios personales y sí odios de clase. La moral del combatiente entonces se eleva en la medida que ve los triunfos: así vemos cómo mucho de nuestro desarrollo en el campo es lento, no por la falta de armas como dicen algunos compañeros; se vive pensando en el próximo cargamento de armas que vendrá en otro avión.

La guerrilla debe tener un proceso natural de desarrollo. Desarrollo significa la adquisición de experiencia militar como producto de la práctica de aniquilamiento; desarrollo significa nuevas columnas que nacen como consecuencia del combate militar, de los éxitos militares.

Así podremos hablar de nuevos frentes guerrilleros que nos garanticen el combate permanente; nuevos frentes que nos garanticen triunfos constantes y desarrollo continuo.

Regarse en el Caquetá, Putumayo, Cauca y parece que hasta en el Tolima no es nuestra línea de acción militar. Ese es el proceder que venimos criticando a la guerrilla colombiana. Abrirse tanto que sus tropas quedan regadas en un gran espacio geográfico, donde es imposible cumplir con el requerimiento de aniquilar las tropas enemigas.

Tenemos compañeros que regresar al principio: ser más modestos en esta cuestión significa ser más activos.

La fuerza militar tiene un objetivo claro: Combatir, desarrollarse, y aniquilar las fuerzas enemigas.

Debemos contar con una infraestructura político militar que desarrolle las otras actividades políticas y militares a nivel de las masas; pero la fuerza militar debe cumplir su misión.

¡CON EL PUEBLO!
¡CON LAS ARMAS!
¡AL PODER!
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* Informe presentado por Jaime Bateman a la VIII Conferencia Nacional del M-19. Putumayo, 7 de agosto de 1982.